«He comprado lotería para toda la familia, todos saben que vengo y aprovechan», señala a la AFP José Moreno, de 52 años, quien hizo más de dos horas de fila frente a Doña Manolita, un mítico punto de venta en pleno centro de Madrid, cerca de la plaza de la Puerta del Sol.
«He comprado el mismo número, para que nos toque a todos por igual», explica el hombre, con gorra del Real Madrid y grueso abrigo negro de invierno, que trabaja como conserje en Barcelona. De visita en Madrid, pasó por Doña Manolita «a ver si hay suerte».
Repartir la suerte
En esta fría mañana madrileña, centenares de personas esperan para comprar billetes en esta agencia, en una muestra de la pasión que despierta la Lotería de Navidad, que repartirá este año 2.590 millones de euros (unos 2.830 millones de dólares) en premios.
La particularidad en España es que las familias, amigos, compañeros de oficina o colegas de clubes deportivos gustan de apostar al mismo número para que, en caso de premio, todos ganen. Es posible, ya que se ponen a la venta 1.850 décimos de cada número.
A veces un décimo, como se le llama al billete con valor de 20 euros (casi 23 dólares) que, de ganarse el premio mayor, le reportará 400.000 euros (437.000 dólares) a su dueño, puede ser compartido por varias personas, quienes tienen el cuidado de anotar la participación de cada una, para evitar disgustos a la hora de cobrar.
Bares, restaurantes y todo tipo de tiendas, desde carnicerías a farmacias, suelen adquirir boletos de un mismo número para ponerlos a disposición de sus clientes habituales.
Así, suceden casos como el del año pasado, cuando una empresa tecnológica en Madrid compró todos los boletos de un mismo número y repartió 90 millones de euros (98,6 millones de dólares) entre sus 4.000 trabajadores, o en 2017, cuando el premio gordo recayó en las empleadas de un asilo de ancianos de una localidad de Castilla-La Mancha.
Las celebraciones, entre abrazos y botellas de champaña, son una estampa clásica.
«Yo compro dos décimos al año, uno para mis padres, uno para mí. (El sorteo) lo vemos en casa por la tele (…) y si hemos ganado algo, entonces nos abrazamos y aunque sea (nos damos) una cena de Navidad de regalo», cuenta Karin Arizaca, una peruana de 25 años que estudia y trabaja como dependienta en una tienda en Madrid.
Como millones de personas, Karin sigue por televisión el particular sorteo: en el Teatro Real de Madrid, niños del Colegio de San Ildefonso, de jóvenes desfavorecidos, van «cantando» los números que salen de un enorme bombo dorado y el premio que les pueda corresponder.
Con su abrigo rosa, Karin también esperó más de dos horas frente a Doña Manolita, porque es la agencia «que suele tener siempre más suerte», explica.
Evitar la fila
En las semanas previas al sorteo, miles de personas, de Madrid o venidas de todos los puntos de España, forman una fila de varias cuadras para entrar a esta agencia de lotería, fundada en 1904 por Manuela de Pablo.
En los alrededores, un enjambre de vendedores ambulantes revende décimos de Doña Manolita, con un sobrecargo.
«La cola es larguísima, entonces decidí pagar dos euros más por cada décimo», confiesa Daniel Gómez, un jubilado venezolano de 70 años que vive en Granada (sur).
Según la empresa pública Loterías del Estado, cada español gastó en promedio el año pasado 67,11 euros (73,29 dólares) en la lotería de Navidad, que reparte millones de premios, que van desde el Gordo al reintegro de los 20 euros del décimo.
Realizado desde el año 1892, el sorteo navideño es una suculenta fuente de ingresos para el Estado, que se embolsa los 1.000 millones de euros (1.095 millones de dólares) de diferencia entre la emisión total y la parte destinada a premios, además de practicar retenciones fiscales a los décimos agraciados.