Hace algún tiempo escribí un artículo titulado «Mirémonos en esos espejos»…, un esfuerzo literario que, dependiendo de como se mire, podría parecer que cayó en saco roto.
En el referido escrito sugería a los nuevos diputados y funcionarios tomar como un ejemplo, de esos que no se deben seguir, la difícil y penosa situación que atravesaba la oposición a causa de su pasado corrupto y falto de honestidad, de cómo había sido relegada en una esquina y era avergonzada en cada plenaria. También mencioné a quienes, al ser descubiertos sus actos ilícitos, optaron por huir del país, dejando su hogar y su patria en un intento por evadir la justicia.
La analogía de que la desgracia en la que alguien cae por sus malas acciones nos debe servir como un espejo y se refiere a que debemos ser inteligentes y aprender del error ajeno. Es algo así como adquirir «sabiduría gratuita», pues no es necesario que en carne propia pasemos por una situación difícil para que aprendamos de ella, bastará con mirar lo que los otros han hecho y cuáles ha sido las consecuencias.
Al escribir cosas como esas y dar ese tipo de consejos uno no sabe si está arando en el mar o si está escribiendo sobre la arena de la playa, que de tanto en tanto es barrida por las olas.
Por supuesto que lo que se espera humildemente al dar un consejo es que sea, sino atesorado, por lo menos considerado cuando la situación lo amerite, pues no puede uno, como simple mortal, pretender que lo que piensa o dice quede esculpido de manera indeleble en la mente de las personas.
Sin pretender este servidor ni siquiera compararse con el maestro de Galilea, aquella parábola suya, la del sembrador que, en el contexto de convertirnos en tierra apta donde fecunde lo bueno, se ajusta en gran medida a lo que aquí expongo, pues habla de la semilla que cayó en distintos tipos de terreno, algunos fértiles y otros no, en algunos germinó y en otros no. También dice de la semilla que, aun cuando nació, la mala hierba no dejó que creciera. Con esto último se podría hacer referencia a todos esos que, a pesar de anidar en ellos buenas intenciones, acaban arrastrados por malos consejeros.
Digo todo lo anterior por el lamentable caso de los jóvenes diputados y el asesor de seguridad que, por las causas ya ampliamente conocidas, han recibido sanciones que van desde el inicio de procesos y el cese de funciones hasta la inhabilitación para optar a futuros cargos. No está de más mencionar que esas personas tenían en sus horizontes una valiosa carrera y la gran oportunidad de servir a los demás, pero por razones que solo están en sus mentes y en sus corazones decidieron echar todo a la basura.
La verdad es que, si no revestían ninguna importancia aquellos consejos míos, por el hecho de venir de un desconocido, no debemos olvidar que al inicio de este Gobierno el presidente fue claro y tajante con respecto a lo que esperaba de todos aquellos que amparados en su proyecto de transformación habían accedido a un cargo público y, además, habían jurado lealtad y honestidad. Sin embargo, parece que algunos tenían un espacio vacío entre oído y oído y lo que escucharon acerca de cómo debían comportarse se les fue de paso.
Si con los artículos de opinión se pudiera hacer una secuela como se hace con las películas, bien podríamos haber titulado este como «Mirémonos en esos espejos, parte II». Sí, porque ahora ya tenemos otros espejos en los cuales mirarnos… Ojalá y fueran los últimos