La corrupción en todos los sectores de la sociedad ha carcomido el desarrollo económico y social de nuestra nación. A lo largo de la historia, los ciudadanos de todas las generaciones han sido testigos, en algunos casos, de cómo los funcionarios y políticos han desfalcado las arcas del Estado en total impunidad, claramente protegidos por el sistema, diseñado perfectamente para la corrupción.
Y digo «en algunos casos» porque la mayoría de las acciones corruptas no fueron del conocimiento del pueblo, pues fueron tejidas finamente por mafiosos sicilianos que le «llegaron» al precio a los tomadores de decisiones de todos los sectores, incluyendo el precio comercial que amontonó dinero en las arcas de propietarios de algunos medios de comunicación y «mentas» en sus empleados con poder editorial.
El Salvador entró a cuidados intensivos durante la guerra civil, y finalizada esta, en lugar de sanar, los corruptos lo metieron a un nuevo quirófano llamado «naciente democracia y Estado de derecho», en enero 1992, para continuar extrayendo su sangre durante décadas, con la benevolencia de organizaciones nacionales e internacionales que prefirieron abrazar esa democracia falsa envuelta en «sábanas de paz», elaboradas en la guarida fáctica.
Sin duda, por sus ambiciones descomedidas, cauterizaron sus conciencias, pisotearon la dignidad del pueblo y no le dieron tregua para pensar en su futuro y para construir una patria diferente. ¿El resultado?, el malestar y la indignación de toda una nación.
Esos políticos, sus mentores y sus tontos útiles de todos los sectores jamás pensaron que «su país de las maravillas» tendría un final. Sí, un final con guion escrito por los verdaderos dueños de El Salvador: el único soberano establecido en la Constitución.
El pueblo no solo les quitó el poder a aquellos que lo ejercían públicamente, sino también a los que estaban detrás de ellos, léase malos empresarios, «periodistas», delincuentes y narcotraficantes. Lo hizo con el conocimiento de que urgía un cambio profundo, un cambio de prácticas para anular las corrientes sucias de la corrupción y la impunidad, un cambio cultural del egoísmo y la ambición, un cambio que le permitiera pasar de la muerte y la indiferencia a una cultura de justicia, solidaridad y respeto.
Muchas veces, la deshonestidad de algunos no es tomada dentro de la lógica de la corrupción porque pertenecen a círculos de sociedades privadas y capitales variables, incluso de medios de comunicación que dicen ser transmisores de la verdad.
Las personas honestas y de convicción sólida saben perfectamente de la importancia de que si se quiere un cambio total en el país, debe darse un golpazo de mesa, sin miramientos, sin que tiemblen los pantalones. Conocen bien que la cosa no será distinta si se dejan manzanas podridas en una nueva mesa. Los «uñeros» parecen ser parte de la piel y la uña, pero son procesos infecciosos agudos que terminan ocasionando una afectación más que dolorosa y peligrosa.
Por eso aplaudo las acciones del presidente Nayib Bukele. Acompaño la valentía y el liderazgo que posee y demuestra. Y entiendo la admiración mundial y el deseo de contar con un mandatario igual a él.
Nayib sigue demostrando que su fortaleza mental de líder es innata, y es esa la que el pueblo necesitaba desde hace décadas para encontrar el camino de la transformación en todos los sentidos, para salir del abismo de la corrupción, de la criminalidad y la miseria, de la injusticia e impunidad, impuestas por areneros y efemelenistas desde siempre.
El Salvador honrado encontró en su presidente el líder que no sucumbe ante ningún grupo en particular, que no es servil a los poderosos que siempre movieron los hilos de las marionetas políticas de ARENA, del FMLN y de Rodolfo Párker; un líder que es capaz de limpiar su casa. Y las acciones del fin de semana lo reafirman.
Claro, los resultados de estas acciones y de haber afectado intereses de las corrientes sucias del abismo de la corrupción son los que ahora vemos reflejados en la desestabilización y la conspiración en su contra.
Pero, parafraseando lo que expresara Albert Einstein: No podemos resolver problemas ni la corrupción usando el mismo tipo de pensamiento que usaron los que los crearon o se lucraron de ellos.
Sin duda, para salvar a un país, hay que ser un mar para limpiar las corrientes sucias sin que la impureza afecte.