Dos personajes sacados del sarcófago, más comediantes que políticos, me sacaron más de una sonrisa con sus locuras de aspiración presidencial. Pero luego vi que la cosa era en serio cuando ambos se fueron de gira para dizque tratar de convencer a la diáspora de que son la dupla perfecta para «liderar un mejor El Salvador».
El loco muertero y el amo de los moteles unieron esfuerzos e intentaron que la gente pagara cenas en el norte para exponerles sus ideas de país. Sí, hablo de Fortín y Umaña.
Pero, más allá de sus locuras políticas e ideas de papiro, debo aceptar que tienen financistas que los empujan a ser los rostros de una secta formada solo por gente malandrina. Son parte de un grupo que se ha separado del bien común, del conjunto amplio que respalda y protege al presidente Nayib Bukele.
Los desgajados de la realidad no son cualquier persona. Son tipos de diferentes profesiones u oficios que no escatiman esfuerzos para conseguir un fin único: regresar a la piscina del despilfarro de fondos públicos en la que se bañaron por décadas en los gobiernos de los corruptos ARENA y FMLN al son de resonar copas con Dom Pérignon.
Estos malandros se mueven como serpientes entre las hojas, mientras ponen de pechito a sus tontos útiles. Una secta formada por malos empresarios, políticos pordioseros, plumíferos «galardonados» que se hacen llamar «incómodos», jueces, magistrados y exmagistrados mafiosos de diferentes instituciones, religiosos que separan páginas de la Biblia con dólares y engañan desde sus púlpitos, ONG que han encontrado el tema que les permite tener abierto el chorro de los dólares, entre otros.
Esta secta va contra los números, va contra viento y marea —por cierto, recuerdo un libro mentiroso que tiene mucho plagio, escrito por uno de los asesores de campaña sucia de ARENA, que le llamó así atribuyéndose la victoria del prófugo Norman Quijano cuando ganó la alcaldía de San Salvador—, va contra la voluntad del único supremo que la Constitución reconoce: el pueblo.
Los números no cambian ni cambiarán. El presidente Bukele tiene la calificación más alta que mandatario alguno alcanzó jamás. Decir que nueve de cada 10 salvadoreños aprueban su gestión y lo quieren como presidente en 2024-2029 es de locura para la secta que ha hecho de todo para ponerlo en mal dentro y fuera del país.
La última encuesta de CID Gallup es categórica en cuanto a los números presidenciales. No hay quien tenga oportunidad de desplazar al animal político del pueblo. Y es que esa es la clave. No hay nada oculto. Nayib Bukele está gobernando para su pueblo, y su gente lo aplaude y lo valora.
La secta de los malandros se equivoca al decir que solo por la seguridad es que mi amigo tiene esos números. Le refresco la memoria: excelente manejo de la pandemia, acciones anticipadas, compra de medicamentos y vacunas, construir el mejor hospital de América Latina, paquetes de alimentos, apoyo económico a las familias y a grandes, medianas, pequeñas y microempresas, subsidio a sectores agrícolas, pesca y artistas, absorber millones de dólares por alzas de los combustibles para que el pueblo no sufra el impacto y que ha alargado hasta diciembre próximo, entrega de laptops y tabletas con internet; en fin, la lista es larga.
Si ha cambiado el país en poco más de tres años, ¿se imaginan qué no hará con más años en el Gobierno? Eso lo entiende perfectamente el pueblo, que no se traga el opio de los malandros.
Se sabe muy bien cómo esta secta perversa mueve sus hilos para, primero, tergiversar y violentar la Constitución y evitar que Nayib sea candidato presidencial, y segundo, haciendo uso de sus amigos «externos» —que tienen poder y dinero— para comprar voluntades de algunos en puestos clave.
No hay impedimento legal para que Nayib se postule. Él no puede reelegirse. Él reconoce que debe someterse al ejercicio democrático en donde el soberano decidirá si le da continuidad o no, como lo establece la Constitución. Valiente.