El maestro José Ingenieros expresaba: «No se nace joven, hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal, no se adquiere»; «Y así como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos sin ella son esclavos». Que verdad más plena la mostrada para los jóvenes salvadoreños, esto debería ser como un balde de agua helada. Una juventud que, por el hecho de serla, cree que posee todo lo necesario para alcanzar metas, que ni siquiera se ha puesto ni pone los medios para lograrlas.
Una juventud que se queja de todo reclama derechos, muestra apatía a los valores y a los adultos, creen que el sol debe detenerse ante ella, preocupada nada más por su físico y lo que digan las redes sociales, y más aún habla de verdaderos valores y no es capaz ni de darle el asiento a un anciano en el transporte público de pasajeros o dar un saludo en la calle o a sus maestros. La juventud del mundo reclama para sí la libertad absoluta de ser y expresa que nunca el mundo vio la creatividad que ahora posee, cuando en la realidad práctica no han creado nada, solo han innovado en lo que ya existe.
No se puede apreciar más allá de que su propia juventud, pues ahora que tienen más libertades, más derechos y más oportunidades que las que tuvo la juventud de décadas pasadas no es capaz de usar esas realidades para crear, cultivarse, estudiar, trabajar, mejorar como personas, ser más espirituales, más atentos a la naturaleza, en fin, los jóvenes solo han construido un escenario de dormir mucho, dar lo menos posible en el estudio, lloriquear ante sus padres y las autoridades cuando no se les permite algo, exigir trabajos con grandes salarios sin dar lo mínimo de esfuerzo para alcanzarlo, etcétera.
El maestro Friedrich Nietzsche respecto a opinar sobre el pasado solía decir: «Solo quien construye el futuro, tiene derecho a juzgar el pasado». Esta postura hoy más que nunca ha de resonar en los oídos de la juventud salvadoreña actual que, sin lugar a duda, critican las decisiones en diversos ámbitos que se tomaron en el pasado, pero no han sido ellos capaces ni siquiera de estar construyendo su presente y menos el futuro. ¡Qué esperanza puede tener esta patria!
Los jóvenes actuales se muestran pasivo-agresivos, manifestándose valientes y ni siquiera pueden hacer dos cosas al mismo tiempo, considerándolo violación de sus derechos como persona. Hoy más que nunca exigen respeto, pero no son capaces de respetar a los adultos mayores, a sus padres, a sus profesores; exigen se les trate como adultos, pero muestran una responsabilidad de un niño de seis años; hablan de los grandes logros del feminismo, pero no se preocupan por cultivarse, escribir libros, abrir nuevos campos de trabajo y conocimiento, ahora que tienen ya la oportunidad ganada por otras generaciones.
Cambiar esta forma existencialista y hasta nihilista de la juventud salvadoreña actual es tarea de los padres, del sistema educativo, de las instituciones religiosas como formadoras de valores, pero, ante todo, de los jóvenes que tengan malestar ante la actualidad de sus contemporáneos. Y eso sí, en nada están aportando los padres actuales, que en esa falsa concepción de que los hijos no sufran lo que ellos sufrieron les dan todo, les permiten todo, les aplauden todo y echan la responsabilidad o la culpa de los errores a las escuelas, menos a sus propios hijos que los consideran lo mejor de la vida social.
Siguiendo lo dicho por el maestro Albert Einstein: «Juventud, ¿sabes que la tuya no es la primera generación que anhela una vida plena de belleza y libertad?». Pues bien, joven que lees esta columna, que serán muy pocos, pues es un hábito que consideran hasta repugnante, te pregunto: ¿qué estás haciendo para alcanzar todo tu potencial? ¿Para ser verdaderamente libre y feliz? Es tiempo de que la juventud salvadoreña deje esas nimiedades de chiquillo mimado o chiquilla caprichosa y tome la responsabilidad de la vida en sus manos, y se convierta en luz generadora de verdades trascendentes para construir una patria comprometida con la buena vida.