El filósofo Friedrich Nietzsche le comentaba en una carta a su amigo Jacob Burckhardt: «He llegado al punto en el que vivo como pienso». Si mínimamente se viviera conforme a esta postura planteada por el maestro del vitalismo, la sociedad salvadoreña entraría en un estadio de libertad verdadera y ante todo de vitalidad. Nada es más necesario para una sociedad como la nuestra, que se considera a sí misma la mejor de todas, sin siquiera llegar al mínimo nivel de la reflexión cotidiana, la de pensar y pensar con método.
Se necesita una verdadera voluntad de poder, comprendida esta desde la misma postura de su autor, es decir, un hombre/mujer que intenta siempre superarse a sí mismo, mejorándose en todos sus anhelos, (übermensch, superhombre). Ya en el siglo XIX nuestro filósofo se quejaba del ocaso de la buena cultura de sus contemporáneos, ¿qué pasaría si hubiese conocido nuestra sociedad salvadoreña? ¿Qué sensación afectiva hubiera imperado en él ante tal tipo de cultura de la mediocridad y el desorden?
Aclaro, no estoy menospreciando a nuestro país (que cosas loables posee en sí), estoy exponiendo una realidad que no quiere exhibirse en público (por temor a la muerte social), la de la necesidad de superar la cultura de la mediocridad (del latín «medius»: medio; «ocris»: montaña, es decir, quedarse a la mitad del potencial al que se está llamado), en la que se ha anquilosado la sociedad salvadoreña y se mantiene en ella, con la ilusión de ser una población astuta y pícara que no necesita de la racionalidad intelectual para lograr sus metas ínfimas.
De tal suerte que superar la heteronomía y seso para caminar hacia una autonomía ética, sería el mejor aliado para la sociedad salvadoreña. Por supuesto, eso no es posible si se mantiene ese ideal y culto a lo mínimo, al trabajo mínimo queriendo sueldos máximos, o al estudio mínimo queriendo puestos élites. Sin mencionar a las nuevas generaciones, que hacer dos cosas a la vez es una opresión a su individualidad; considerando estos aspectos, no puede superarse a sí mismo el hombre actual.
Por tanto, necesario es despreciar esa holgazanería de no ir hacia dentro ni buscar lo más alto, sino de mantenerse con la mínima reflexión que permita tener un salario, vivir del parecer y adquirir lo que todos tienen, aunque no se necesite. Esa es la voluntad del hombre/mujer actual, que se cree bueno, moralmente aceptable, muy cristiano, muy astuto y tal como diría Nietzsche: «Un hombre que se creyera absolutamente bueno sería espiritualmente un idiota».
¿Qué mérito tiene la simpleza de crecer y morir, sin ideales nobles y huellas dejadas? Pues a eso le apuesta la sociedad salvadoreña actual, a existir no más, a tener un título, trabajar para tener un carro que mostrar, ropa de marca que exponer, un prestigio social falso del cual enorgullecerse, una intelectualidad falsa (cada vez más personas ‘sobre todo en los medios de comunicación’ poniéndose lentes vintage para parecer en vez de buscar ser intelectuales) en vez de adquirirla, en fin, un mundo del parecer y no del ser.
Pero, claro, ¿quién quiere ser verdaderamente independiente? Todos hablan de serlo, pero muy pocos tienen el valor de construirlo, pues esto implica una responsabilidad que normalmente da mucha soledad; tal como expresaba el profeta de la posmodernidad en su obra «Más allá del bien y del mal»: «Ser independiente es cosa de una pequeña minoría, es el privilegio de los fuertes». Que, a ojos de las masas sociales, son débiles por no adquirir los mismos anhelos e ideales mediocres.
Así pues, la condición básica y natural de deseo de poder (entendido como autosuperarse), pareciera carecer de toda vitalidad en nuestras sociedades, engulléndose en la práctica de lo mínimo como lo aceptable y hasta lo trascendente. De ahí que se debe empezar a reconocer que el sendero no debe ser la virtud por sí sola, sino, ante todo, la aptitud. Embellece no solo lo que de necesario posee cada cosa, sino también lo que puede ser contemplado «in situ» y por sí mismo. ¡Menuda tarea la de las nuevas generaciones de intelectuales y líderes sociales, si es que los habrá, de elevar la ideología salvadoreña a peñascos de mayor hondura de erudición y deseo de poder!