Desde que llegó el presidente Nayib Bukele al Gobierno, a muchas voces disonantes nunca les ha gustado que a los ciudadanos se les dé un trato digno y de calidad. Ellos —como buenos agoreros del caos y la desesperación— solo ven las cosas de manera selectiva y cuestionan desde su zona de confort, con el desconocimiento típico de una élite que todo lo ve con el crisol de sus intereses, obviando lo que las mayorías necesitan y aspiran.
La última ofensiva de su guion es sobre el bitcóin, una apuesta por modernizar nuestro régimen monetario y por ir en sintonía con las tendencias de la economía global. Hay una campaña orquestada por los políticos y financistas de la vieja guardia para desacreditar la instalación de las cabinas donde estarán los cajeros de la Chivo «wallet», como fue en su momento cuando se lanzó el plan nacional de vacunación y se instaló un centro de primer nivel para aplicar la inmunización contra la COVID-19.
Similar postura adoptaron, en clave político-electoral, cuando se anunció el Hospital El Salvador, o incluso cuando se llevó a los salvadoreños con síntomas y nexos de coronavirus a hoteles que funcionarios, de forma temporal, habilitaron como centros de contención. ¿Por qué les duele tanto que el Gobierno le dé a su pueblo algo digno?
La respuesta tiene diferentes aristas. Ellos, fieles a la tradición privatizadora o retórica de todos los servicios públicos, o entregaron lesivas concesiones y contratos para desatenderse de su responsabilidad o nunca vieron a los ministerios e instituciones como proveedores de servicios de calidad, en una clara intención de hacer que la gente terminara en el sector privado y que esto beneficiara a sus financistas y mecenas.
Un clásico ejemplo en esta línea es el sistema de salud. El abandono fue tal que se llegó a un punto en el que los médicos no daban consultas en las clínicas del ISSS o del Ministerio de Salud, en afán de que sus consultorios privados rebalsaran de pacientes necesitados de un diagnóstico oportuno y de la medicina adecuada. ¿Hacia eso queremos regresar?
No hay duda de que —como ha dicho en reiteradas ocasiones el presidente Bukele— lo público debe ser mejor que lo privado. Dicen que hay improvisación y que falta planeación, total falacia. Su ceguera les impide ver más allá de sus rediles ideológicos, como cuando a alguien se le pone una venda en los ojos y no puede apreciar las maravillas de un museo y las exquisiteces del arte.
De este modo, lo que hay en cada una de nuestras acciones es una aspiración que mantenemos vigente: darle lo mejor al pueblo. Por eso se le ha tratado en todo momento con dignidad, entregándole paquetes para su manutención, que equivalen a dos canastas alimentarias; entregando bonos y subsidios solidarios en lo más crítico de la pandemia, vacunando contra la COVID-19 en condiciones de dignidad e invirtiendo hasta $3,000 al día en la recuperación de un paciente en una unidad de cuidados intensivos. La diferencia es evidente.
Es por todo esto que el tema sobre el bitcóin genera muchísimo escozor. Además de que hace que los bancos y el sistema financiero pierdan un mercado privilegiado, se abre un abanico de oportunidades en el que se vuelve menos rígido el entorno económico del país y en el que todos ganamos.
Por eso tanto alboroto, campaña de miedo y desesperación: porque saben que es una política monetaria y económica que va por el rumbo correcto, para llevar al país hacia el futuro y no rezagarlo en el porvenir.
Queda claro por qué les duele que el pueblo tenga algo digno y quieren que sigamos aún en la edad de piedra o la era de las cavernas. Rompamos, entonces, todos los paradigmas, apoyemos lo que nos lleva hacia un mejor destino y respaldemos las decisiones del presidente Bukele, para hacer de El Salvador un país diferente, abierto al mundo y que abraza la modernidad y la buena globalización.