Sabemos que la primera ley de bienestar animal se aprobó en Nueva Zelanda, y, producto de un acuerdo en la Universidad de Cambridge, el 7 de julio de 2012, expertos mundiales, ante «los vientos cambiantes de la comunidad científica», firmaron una declaración sobre la conciencia de los animales no humanos. «Pruebas convergentes indican que animales no humanos tienen sustratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de estados conscientes, junto con la capacidad de exhibir comportamientos intencionales» («Homo Deus», de Yuval Noah Harari).
Nueva Zelanda, primer país del mundo en reconocer legalmente a los animales no humanos como seres sensibles, también Quebec, Canadá, ha aprobado una ley similar, y otros países. El Salvador aprobó la Ley de Bienestar Animal el 16 de febrero de 2022, y en una de sus consideraciones nos dice: «Que, en la mayoría de los hogares salvadoreños conviven las familias con uno o varios animales, ya sean domésticos o de compañía e inclusive fauna silvestre; sin embargo, en ocasiones, las personas realizan conductas de maltrato, tortura o sufrimiento innecesario hacia dichos animales, ya sea de forma intencional, por negligencia o por ignorancia, por lo que se hace necesario garantizar su protección y desarrollo, así como educar y normar la conducta humana para proteger a esos animales, ayudando a mantener el equilibrio de nuestro medio ambiente».
Una ley de protección para los animales no humanos, dictada para el conocimiento de los humanos que supuestamente son (digámoslo bonito) seres superiores, y deben mantener, cuidar, de «las otras especies».
En esa obra de Yuval («Homo Deus») pueden ver innumerables ejemplos que demuestran la sensibilidad y conciencia de muchos animales domésticos y silvestres, como las ardillas jóvenes, que, aun no habiendo conocido el invierno, guardan sus nueces en verano, los perros que pueden identificar su yo olfateando un árbol donde han dejado sus huellas otros canes del vecindario; las aptitudes olfativas y cariñosas de perros, gatos y otros animales domésticos a la llegada y reconocimiento de su protector, recordando su buen trato, cariño y alimentación. Asienta en su libro Yuval un capítulo «La deprimente vida de las ratas de laboratorio» y nos muestra cómo desarrollan conciencia y sentimientos de esperanza en cada experimento que con ellas hacen… en fin, decenas de comportamientos de estos animales no humanos que nos enseñan el deber moral de darles un bienestar, un trato «más humano». Por ejemplo, por esto escribo en el título de este artículo que «es para humanos».
A esta bella como excepcional ley una oposición politiquera la tachó de innecesaria, de demagógica, oportunista, y reviraron que por qué no hay una ley de protección infantil, que los niños vendedores en las calles, etcétera. Se acordaron por fin, oportunistas, de estos flagelos que en toda la historia hasta los 30 últimos años ni siquiera imaginaron que existían en sus conciencias, incluso bandas infantiles como vendedores de drogas, millares de niños sin escuela, ocupados y desarrollándose en otros oficios deleznables, sin esperanzas y expuestos a ser asesinados. Niños sin posibilidades de ser atendidos en hospitales, con un Bloom en condiciones infrahumanas, desprovisto de las más mínimas herramientas ni capacidades para la atención infantil, y hoy tener toda una instrumentación, personal especializado y servicios que son un modelo en América Latina.