El maestro Friedrich Nietzsche, profeta del posmodernismo, solía decir que «el individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo». Pues bien, El Salvador está en un momento histórico, pues, sin duda, está luchando por una real independencia de la tribu conocida como imperio. Pero aclaro que esta realidad debe ser comprendida desde la profundidad del ser interno de cada persona.
Ningún precio debería ser suficiente para que cada uno se esfuerce internamente por alcanzar una liberación tal que no quede espacio para la copia y la repetición en la vida. Cada ser humano debería construir su propio sendero, establecer su legado y educar a sus hijos según la grandiosa libertad de ser uno mismo. Es triste ver cómo la mayoría insiste en que es un honor (tendencia o moda) no ser marginado, pertenecer, como dice Nietzsche, a la tribu.
Podría preguntar ¿qué implica la verdadera libertad y autenticidad? La respuesta es simple: es la capacidad de ser coherente entre lo que se piensa, se siente, se dice y se hace sin temor al qué dirán; es, sin duda alguna, la real y plena legitimidad de la existencia. ¿Qué más autenticidad que esa? Simplemente ser feliz siendo quien se es. ¿Qué más se puede esperar? ¿Qué más se puede ser? Qué gozo el de ser y estar en esa paz del alma.
Solo un pueblo que ha sido capaz de liberarse a sí mismo puede liberar a su nación de toda barrera que lo limita a ser subdesarrollado o en vías de desarrollo. Esta es la inmensurable realidad que está despertando el poderío de Cuscatlán. ¿Por qué no seguir el ejemplo cada uno de nosotros y comenzar un camino de autoliberación? Dejar atrás las cargas del qué dirán… del no puedo… del quizá.
Es momento —porque así lo exige la historia— de desenmascarar a los propios demonios internos y alcanzar el ideal más alto que cualquier ser humano puede obtener: ser auténtico y morir con esa honra.
Lo dicho anteriormente me lleva a recordar un cuento mostrado por el maestro Humberto Agudelo y el cual voy a parafrasear: «Estaba un maestro leyendo en el periódico, durante la clase, la cruel tortura a unos campesinos. Ante la desidia de sus estudiantes decidió encender un cigarro y empezar a fumarlo, luego sacó un billete de $5 y empezó a quemarlo. Ante el asombro de sus estudiantes, quienes tristemente pensaban en que ellos podrían haberlo gastado mejor, él cuestionó cómo ponían más atención a un billete que a la muerte de unas personas».
De tal manera, la realidad mostrada en ese cuento es lo que pasa en el corazón humano cuando su camino espiritual se ha desviado, ya no es capaz de ver el sufrimiento humano, sino solo la satisfacción de sus necesidades o deseos. Pues bien, así es imposible liberarse y comenzar una vida marcada por la autenticidad, que siempre ha de pasar por la compasión y la empatía. ¿Así o más claro, querido lector?
Empero lo expuesto con antelación, da la pauta para que ese proceso, que no es solo un derecho, sino una obligación de ser libre, feliz y auténtico sea el fundamento óntico para el arranque de una nueva vida, tanto individual como colectiva de la nueva nación.
Ya lo decía el maestro Anthony de Mello: «La aprobación, el éxito, la alabanza y la valoración son las drogas con las que nos ha hecho drogadictos la sociedad, y, al no tenerlas siempre, el sufrimiento es terrible».
Que este momento sea el relámpago de tu instante, donde el deseo de la verdadera libertad sea el pináculo de un proceso de elevación de todo ese sufrimiento innecesario, al que hemos dejado apoderarse de la esencia y ha encarcelado el espíritu libertario con el que cada ser humano nace y merece morir. Y este mismo anhelo debe ser el deber ser de nuestra patria, para que por fin sea liberada de todas las barreras internas y externas, que nunca le han permitido ser ese gran poderío de Cuscatlán, del que estamos enamorados y del que nuestra amada poetisa Claudia Lars expresó con ahincada pasión: «Gracias, mi tierra».