Es una buena forma de iniciar el año elegir un libro que convoque al pasado con el presente de forma vertiginosa. Antonio Scurati lo ha hecho con la figura histórica de Benito Mussolini, con intensidad fascinante y contradictoria. Il Duce ha ocupado un discreto nivel en la primera mitad del siglo XX al lado de Hitler, Churchill o Stalin. Scurati lo propone como «el hijo del siglo», que es el subtítulo del primer volumen de su tetralogía dedicada al Conductor, pero también al universo violento, teatral, exaltado, del fascismo, matizado por el cinismo de la cleptomanía ideológica y narrado desde múltiples voces que producen efecto coral.
«M, el hijo del siglo», se inicia en 1919 en una Italia huérfana de líderes, desmoralizada por los mendrugos alcanzados por su victoria en la Gran Guerra, y concluye con la aclamación de Mussolini en la Cámara de diputados en 1924 como el jefe. «Me he justificado ante la historia, pero debo admitirlo: la ceguera de la vida consigo mismo es angustiosa. Al final volvemos al principio. Nadie quería cargar con la cruz del poder. La cojo yo». «M, el hijo del siglo» no es solo biografía, ni solo novela, ni solo historia.
Para Scurati, la historia es una invención a la que la historia acarrea sus propios materiales y por eso no es arbitraria. El desafío al que se somete el escritor al traer hoy a una figura como Mussolini exige precisamente la destrucción de los límites tradicionales entre novela e historia, la conversión del monólogo en coro. Imposible hablar de otra manera del desencanto y de la rabia de los 4 millones de soldados que regresan victoriosos de los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial para encontrarse con que les han arrebatado lo que creían ganado en la mesa de conversaciones de las grandes potencias.
Imposible también dar cuenta del épico desencuentro entre el poeta heroico Gabriel D’Annunzio, quien, con el gesto de tomar el puerto de Fiume, desafía el nuevo orden dictado por los poderosos, el presidente Wilson a la cabeza con el hijo del herrero, Mussolini, que no conocía el placer fuera de la realidad. «La política requiere el coraje burdo, mezquino de las peleas callejeras, no el valor airoso de las cargas de caballería. La política es el circo de los vicios, no el de las virtudes. La única virtud que se requiere es la paciencia».
Por ello, la tarea de Scurati en este libro es descomunal: si «el fascismo es la iglesia de todas las herejías», «una mentalidad especial de desasosiego, de impaciencia, de audacias», la única forma de conjurarlo es llevarlo al máximo de su exageración, de su hipérbole.
El filósofo coreano Byung-Chul Han ha vuelto este año con un rostro inesperado, el de la esperanza, que el papa Francisco ha puesto en el orden del día al declarar al Jubileo 2025 con el nombre de esa virtud.
Hasta hace poco, los libros del filósofo coreano, formado en Berlín en Hegel y Heidegger, se había ocupado de los mecanismos de dominación en nuestras sociedades. La crisis de la libertad, de la narración, el cansancio como síntoma han sido algunos de sus temas.
Ahora, cuando el horizonte mundial se ha oscurecido por la posibilidad de más guerras, más inteligentes y por eso más destructivas, el filósofo recupera en «El espíritu de la esperanza» y «La tonalidad del pensamiento» esta virtud que es teologal y humana. Si el miedo es el fantasma contemporáneo, la esperanza, tierna y bella audacia, nos abre a lo impensado, a lo nuevo, una espiritualidad.