Un aspecto clave en la comprensión del «momentum» sociopolítico que se vive en El Salvador desde 2019 es identificar y analizar las causas y el proceso de cómo la sociedad salvadoreña ha aceptado el poder coercitivo del Estado y ha abierto espacios para que se dé una reestructuración del orden social en una refundación del Estado que facilita la instalación de un nuevo régimen político, democrático y centrado en la persona.
Este proceso de transformación del país deberá completarse con una reforma profunda de la Constitución y una nueva institucionalidad. Congruente con el ideal que expresa el principio liberal de legitimidad (Rawls) que es «vivir políticamente con otros a la luz de las razones que todos pueden razonablemente suscribir».
En los últimos 10 años he mantenido un debate abierto y crítico sobre el fenómeno político de Nayib Bukele y el bukelismo, desde que para muchos Bukele era considerado como el nuevo delfín electoral del Frente, con académicos, políticos, excompañeros de lucha político-militar, líderes sociales, luchadores sociales, militantes del cambio; desde seguidores unos, escépticos algunos y antibukeleanos otros.
A todos he señalado la importancia de leer la actual coyuntura más allá de los preconceptos de izquierdas o derechas, y menos de oportunismos o del seguidismo a la moda; he planteado que veamos lo que hoy sucede como una continuidad histórica de las luchas de nuestro pueblo por instaurar un régimen democrático y, más que estar a favor, ignorar su impronta o fanáticamente estar en contra de Bukele, debía ponerse en la mesa de la discusión: la política; y reclamar nuestra histórica agenda: bienestar social y económico para nuestra gente; un país productivo, soberano e independiente; una sociedad libre con justicia social; una economía creciente, inclusiva, sostenible y adaptada a la técnica, a las tecnologías digitales y al cambio climático.
Un país próspero con igualdad de oportunidades para todos.Para los salvadoreños menores de 30 años, estas generaciones Y, Z y Alfa, que son hoy la mayoría en nuestro país, que nacieron en la posguerra, les es aún hoy incomprensible lo sucedido en los años sesenta a ochenta del siglo pasado, el terrorismo de Estado, la violenta lucha social y la guerra civil, de aquellos años de locura; tampoco comprenden cómo pudo ser tan irresponsable la clase política y las élites dirigentes que solaparon y favorecieron, en las últimas tres décadas, el desarrollo del crimen de las pandillas terroristas, llevando al Estado a perder el ejercicio de soberanía en los territorios y a una situación de Estado «cuasi» fallido. Pero que hoy son víctimas de los problemas estructurales e históricos no resueltos.
No hay que olvidar que Nayib Bukele llega al Gobierno en 2019 como resultado del desconcierto, la frustración y el cansancio de la población ante años de promesas incumplidas, con la inseguridad como regla de vida, la alta corrupción y la indetenible precarización de las familias y sus comunidades.
Bukele fue y es, como se confirmó abrumadoramente con su reelección para un segundo mandato, la respuesta cívica ante la decadencia de los partidos tradicionales y la estructura social en que se soportó el «ancien régime», se trata de un fenómeno político y social, de tipo disruptivo, que sacude y sacudirá las viejas estructuras de poder formal y fáctico, dejando de lado la política tradicional, la de las formas, la de lo políticamente correcto y optando por la política de hechos con resultados inmediatos con la excepcionalidad como regla.
No se puede negar y menos ignorar que alrededor de Nayib Bukele se ha configurado un amplio consenso nacional, que le da al momento actual una característica excepcionalmente revolucionaria. La carta de presentación si bien es el de haber revertido la situación de inseguridad provocada por la acción terrorista de las pandillas, y que con el Plan Control Territorial y la guerra contra las pandillas se ha creado un clima de seguridad ciudadana, hay que tener en cuenta que se han producido importantes cambios normativos e institucionales; por ejemplo, la osada reorganización de los municipios. Esta acción territorial es fundamental de cara al futuro inmediato, en cuanto al desarrollo estratégico de la nación. Habrá que hacer un inventario crítico de todas las medidas adoptadas y el alcance e impactos de estos cambios adoptados.La opinión ciudadana no es ajena a lo que está sucediendo en el día a día de la transformación nacional, y tiene una mirada crítica a los hechos.
En general, Nayib Bukele goza de una alta aprobación de los salvadoreños, cercana al 90 %. Algunos viejos compañeros me han expresado que existe una preocupación por lo que refleja Nayib Bukele en el mundo de los «demócratas». Suelo señalarles que debe tenerse una mirada holística a su enfoque y abandonar la camisa de fuerza, aquella vieja caja ideológica. Esto mismo les recomendaría a los editores del informe Latinobarómetro, lean en profundidad los datos sobre El Salvador y sobre el fenómeno Bukele más allá de sus simpatías y amarras.
Los datos del informe de Latinobarómetro 2024 confirman esta valoración que sustento, 87 % de los entrevistados aprueban la gestión del Gobierno de Nayib Bukele. La falta de contexto lleva a los editores de ese informe, al margen de los datos, a señalar que hay en El Salvador una dictadura elegida (Latinobarómetro 2024: p. 11); dicen ellos que ha sido electa incluso con amplísima mayoría.
El informe también destaca en sus datos que la opinión de los salvadoreños sobre el bienestar con su vida es de las más altas en la región (85 %) y que los entrevistados consideran que el país tiene un mayor progreso (72 %). En El Salvador se observa el salto de una satisfacción con la democracia que era apenas el 11 % en 2018 antes de la llegada de Nayib Bukele, al 46 % en 2020 y el 62 % en 2024, después de su reelección. 68 % de los salvadoreños considera que el voto puede cambiar el futuro y solo el 15 % expresa apoyo al autoritarismo (Latinobarómetro p. 42, 51 y 76).
Dedican los editores del informe varios tramos de consideraciones sobre Bukele, pero sesgan su opinión con un prejuicio por una fijación conceptual, pero, sobre todo, por falta de contraste con la realidad de campo y de reflexión histórica, que permita contextuar objetivamente el caso de El Salvador y de la irrupción de un liderazgo aglutinante y disruptor como el de Bukele, que es capaz de trascender de lo nacional a la esfera regional, como señala el informe (Latinobarómetro 2024: p. 31 y 78), que por segundo año consecutivo Nayib Bukele aparece como el líder mejor evaluado en América Latina.
En todos los países de la región obtiene un promedio de más de 6.1, con la excepción de Brasil donde obtiene un 4.2; teniendo incluso mayor nivel de simpatías en Honduras, Panamá, Paraguay, Guatemala, Ecuador y Costa Rica.