Los salvadoreños vivimos encadenados a las decisiones de la derecha e izquierda durante décadas. El sistema político fue construido para que la voluntad de unos pocos se impusiera sobre toda la nación. Y es así como navegamos en el barco de la desesperanza y la desilusión, mientras se aprobaban leyes y decretos para favorecer a los grandes capitales y a las cúpulas partidarias.
Las decisiones en seguridad y economía fueron nefastas para un pueblo que solo podía decidir entre ARENA y el FMLN en los procesos electorales, o abstenerse de votar. Cada nuevo instituto político que surgía terminaba plegándose al designio de ellos. Esto era vendido como «alianzas políticas». Simplemente, eran partidos bisagras para tener la mayoría en la Asamblea Legislativa. Por supuesto, no era gratis. Había abundancia de maletines.
El fin del conflicto armado, como consecuencia porque ya no habría financiamiento externo para mantener las balas, no le devolvió la seguridad, la paz y la tranquilidad al pueblo. El país pasó del estado de terror de la guerra civil al de dominio asesino de las maras y pandillas, mientras se prolongaba el estancamiento económico y social.
El dinero destinado año con año a la «seguridad» se lo robaron. La Policía y el Ejército no contaban con lo necesario para hacer frente a la criminalidad. Al contrario, millones de dólares fueron entregados a los cabecillas de maras y pandillas para continuar con la ola de secuestros, desapariciones, asesinatos y extorsiones que ordenaban, incluso, desde las cárceles convertidas en hoteles de recepción de orquestas y prostitutas.
Los planes económicos para salir del letargo no fueron concebidos para favorecer a todos los salvadoreños, solo consiguieron el beneficio para el pequeño grupo de poder y sus aliados y amigos. La teoría del rebalse fue una farsa para la sociedad. Hasta recogieron las «gotas del rebalse».
Obviamente, el sector empresarial se sentía cómodo con el sistema. La comunidad internacional ni le prestaba atención a El Salvador, ni por la corrupción de sus gobiernos ni por la cantidad de asesinados.
La prensa nacional, bien gracias, también sus plumas y micrófonos estaban cómodos o, al menos, sus patrones y varios de sus editores que aprendieron a meter la mano.
Bien dicen que hay que ser libres para decidir sobre lo que se quiere en el futuro. Y eso es exactamente lo que sucede desde 2019. El pueblo rompió con el asesino y ladrón sistema de la derecha e izquierda. Hizo uso de la única arma que tenía, porque al fin vio la luz con el joven político que desafiaba ese sistema.
Mucho se podía deducir de la expulsión que sufrió Nayib Bukele por parte del FMLN. Es que sabían que él no era igual a ellos ni a los areneros, con quienes mantenían la rueda de caballitos para seguir en el poder.
Primero, lo primero. Rescatar la seguridad de toda la nación. Nayib lo logró, a pesar de que hasta el último día areneros, frentudos, Rodolfo Párker y Mario Ponce pusieron resistencia a sus iniciativas en la Asamblea Legislativa.
Ahora, como bien lo dijo en su discurso de toma de posesión de su segundo mandato, su fijación es la economía de los salvadoreños, concebido como el segundo milagro. Lo hizo ante el pueblo y ante la comunidad internacional que legitimó su nuevo Gobierno.
Y hoy, todos, somos testigos de que sus acciones en ese tema están dando los resultados positivos para el país. Estamos presenciando la llegada de inversionistas extranjeros, un «boom» de los nacionales. La explosividad en el turismo y la baja en los precios de la canasta básica, al grado de que somos el país con la menor inflación interanual en alimentos en el continente.
La estrategia visionaria de los agromercados está dando resultados formidables. Y la central de abastos es un éxito porque conecta directamente a productores e importadores con los comerciantes, permitiendo que los salvadoreños accedan a alimentos de mejor calidad y a mejor precio. Y a todo esto se suma la exoneración de los impuestos de importación para 110 productos entre alimentos e insumos agrícolas durante 10 años.
Ahora que vamos en el camino correcto en seguridad y economía resulta que les causa dolor de parto a los empleados de Soros, a los de la ínfima oposición y a sus ONG aliadas.
Es que lo bueno les duele. Y aún falta.