A pocos días de la fecha en que, según la tradición cristiana, se conmemora el exterminio de cientos de niños a manos de Herodes, quien temía perder el poder en caso de que creciera y se convirtiera en hombre aquel a quien los profetas proclamaban como el rey que había de venir. Aunque, como Jesús lo diría después, el reinado que él ostentaba no era de este mundo; pero Herodes, incapaz de entender los misterios de las sagradas escrituras, decidió proceder y eliminar la amenaza de la forma más infame mandando a matar a todo niño que tuviera menos de 2 años.
Casualmente, para estas fechas también saltan a la palestra ciertos personajes que, como si fuesen la reencarnación de ese cruel infanticida, promueven otra forma de eliminar a esos seres indefensos, no después de nacidos como sucedió en aquellos fatídicos acontecimientos, sino en el vientre mismo de sus progenitoras. Son a los que yo llamo «los herodes modernos», refiriéndome con eso a todos aquellos que de una u otra manera —y usando cualquier argumento— se manifiestan a favor de que se promulguen leyes que permitan el aborto. Estos suelen exponer con gran vehemencia sus argucias, justificando el hecho de que alguien tiene que morir para que otro no sacrifique su cómoda vida o su carrera profesional.
Gente que se inclina por esa práctica inmoral e inhumana la hay aquí como en todas partes. Recuerdo haber escuchado una vez al polémico entrevistador Jaime Bayly decir que el aborto no debería ser considerado un delito y que no se debía hacer tanto alboroto con eso, pues consideraba que lo que lleva en el vientre una mujer embarazada no es un ser por sí mismo, que es más bien una extensión de su cuerpo, como lo es un brazo o una pierna, obviando el hecho de que un brazo no tiene su propio corazón, su propio cerebro ni el resto de órganos vitales que tiene un feto, que es lo que lo convierte en un ser único e individual, y con derechos similares a todo niño que ya ha nacido y que, por tanto, tiene ya una identidad. Pero pienso que lo que Bayly quiso con ese argumento era llegar un poco más allá en su desprecio a la vida. Quiso decir que ese ser que, según él, no era acreedor del divino derecho de nacer, tenía el mismo valor que, por ejemplo, el pelo de una mujer, quien puede ir cuando quiera al salón de belleza, cortárselo y tirarlo a la basura sin que eso tenga ninguna importancia o consecuencia legal.
Así es la forma de pensar de ese tipo de individuos, como también de todos los que promueven el aborto como un método para deshacerse de algo no deseado, o que podría ser un obstáculo para los proyectos o aspiraciones de quienes sueñan llegar alto sin importar que para eso se tenga que sacrificar una vida, o bien que, simple y sencillamente, no quieran asumir su responsabilidad como padres.
Muchos que defienden el aborto dicen que es un derecho humano, pero eso es totalmente contradictorio, porque las víctimas de ese tipo de prácticas también son humanas, con el agravante de que son seres indefensos que nada pueden hacer mientras sus cuerpos son desmembrados y tirados a la basura.