Respecto a la Navidad, la escritora Josephine Dodge Daskam Bacon expresa lo siguiente: «Recuerda, este mes de diciembre el amor pesa más que el oro». Esta frase es sin duda de profunda importancia ontológica más que gnoseológica; pues, aunque carece de grandeza escritural, posee en sí misma una belleza espiritual. ¡El amor pesa más que el oro! Vaya proposición… Y sí, pesa más que el oro, pues el amor es la quinta esencia de todo lo existente.
¿Pero qué es en realidad Navidad? Desde la teología, la Navidad es la conmemoración del nacimiento del Salvador del Mundo («Jesu Homo Salvatorum»), es la circunstancia extraordinaria en la que el todo se vuelve parte, para que, siendo partes, nos volvamos todo con el todo. Precisa comprender ese misterio de amor, humildad y redención. No hay quizá circunstancia más trascendente que la de esta celebración.
Empero, desde la filosofía, la Navidad no es más que un resultado mítico de fe y ante todo un tiempo para reflexionar sobre lo devenido y el devenir de la realidad objetiva, subjetiva y trascendente. Por otro lado, para el psicoanálisis con Freud, se podría decir que es una utilidad del superyo teñido de fingimiento; compartiendo estas disciplinas una base común, una necesidad cultural del ser humano y por tal necesaria.
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, la Navidad a nivel etimológico procede del latín tardío «nativitas, -atis», que significa ‘nacimiento’. Lo define como la festividad anual en la que se conmemora el nacimiento de Jesucristo histórico, pero también, por extensión o ramificación, como el tiempo comprendido entre Nochebuena y la festividad de los Reyes Magos.
Así pues, como diría el célebre Doctor Seuss: «Quizás la Navidad no proviene de la tienda. Quizás la Navidad…tal vez… ¡significa un poco más!». ¿Qué será eso más? Será quizá un tiempo de reflexión, de donación y de admiración; pues, al final, si es época de final de año es necesario que se revise desde dentro hacia afuera la existencia en esos 365 días del año. Por lo que, de vital importancia es darle desde ya un vuelco a lo que se ha venido comprendiendo.
Así mismo, la vida, que es un continuo nacer y morir, necesita que haya introspección determinante y voluntad férrea para yuxtaponer la plasticidad de la época con lo que realmente cuenta, un profundo deseo de ser mejor y perfeccionar con la propia vida la savia de los que rodean. No se puede ni se debe considerar la Nochebuena como un día de magia y felicidad, sino un real y certero acontecimiento de amor y crecimiento.
Por tanto, hay que liberarse de las ataduras del consumismo en sí, para poder pasar a un estadio de compra y donación por sí; es decir, que en el dar algo se dé completo él cuando da ese algo. Solo así cobra real sentido una época para dar y recibir, ante todo, dar lo mejor de sí y recibir lo mejor del otro. Más que ofrecer algo es necesario empezar a ofrecerse en sí, para que sea un nacimiento del Cristo en la humanidad.
De tal manera que lo que el nuevo El Salvador que hoy se tiene necesita en esta estación de fin de año es, ante todo, una nueva visión del salvadoreño y de todo ciudadano de este hermoso y místico continente; un sí para servir, un sí para amar, un sí para construir, un sí para moldear este pueblo hacia peñascos más encumbrados. Y por qué no decirlo, un sí para la cultura y la intelectualidad que tanta falta hace.
De tal modo, amado lector, hay que vislumbrar dos cosas cardinales sobre la celebración de Navidad: 1. Cada Navidad, desde la primera, es un acontecimiento tan trascendente que debe ser tomado con la seriedad que amerita, es decir, «et verbum caro factum est»: el Verbo se hizo carne.
- Que cada fin de año permita un lapso de cavilación en pos de lo que es, lo que se quiere ser y lo que Dios ha destinado que se debe ser y hacer.
¡Feliz Natividad y Año Nuevo «Diario El Salvador» y apreciados lectores de mis columnas!