En la historia reconocemos que los cambios significativos que transformaron el mundo requirieron siempre de líderes que inspiraron a la gente.
En 1963 se reunieron en la calle de Washington alrededor de 250,000 personas para escuchar el mensaje «Tengo un sueño» del Dr. Martin Luther King. Una multitud nada fácil de reunir en esos días, considerando que no mandaron invitaciones, no hablaron ni usaron redes sociales, como hoy, para confirmar el día y la hora. ¿Por qué asistió tanta gente a pesar de haber otros líderes elocuentes? En realidad, no fueron a escucharlo por quien era o qué representaba, sino por lo que él creía. Él le había dicho a la gente qué creía. Y su creencia representaba la expectativa y las necesidades más sentidas por la población americana.
El Dr. King creía principalmente en dos leyes: la ley de Dios y la ley del hombre, y creía que solo cuando las leyes de los hombres estaban en armonía y en concordancia con la ley divina podía haber verdadera justicia en la tierra. Su creencia y su mensaje resultaron en el movimiento de los derechos civiles de esa época.
La gente no es inspirada por grandes ofrecimientos, por planes o grandes proyectos que los líderes ofrezcan, sino que es inspirada cuando comparte sus creencias, y estas creencias llenan los anhelos del corazón. Obviamente esto puede ser para bien o para mal. Esta conjugación de creencias y necesidades puede producir a un Hitler o puede producir a un Luther King. Lo inobjetable es que la gente es inspirada cuando compartimos las razones de nuestras convicciones con pasión.
Como dijo Simon Sinek, «lo que uno hace solo prueba lo que uno cree». Para grandes cambios se necesitan líderes con convicciones firmes; los cambios estructurales solo pueden llevarse a cabo con determinación y liderazgo convencido.
El Salvador está viviendo un cambio de paradigma; la combinación de factores como la corrupción, pobreza y frustración general ha preparado el país para un fenómeno similar al de Martin Luther King, donde la recuperación de la confianza en sus líderes es un factor determinante. Las iglesias y el liderazgo en general tienen la oportunidad de continuar con todo lo que nos ha destruido, o traer orden y recuperar la confianza. Para eso se necesitan líderes que inspiren, en los cuales creer, que devuelvan la confianza en la democracia, que creen una visión compartida, un balance de poder capaz de vencer el estancamiento y la polarización estéril que nos ha esclavizado en las últimas décadas.
Hoy más que nunca necesitamos en todos los ámbitos de nuestro país un liderazgo inspiracional, que pueda motivar y mover los corazones hacia los mejores fines, para alcanzar las transformaciones que la gente espera y nuestro país necesita. Un liderazgo de servicio, como dijo Jesucristo: «Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos». Mateo 20:26-28