Ninguna medicina efectiva sabrá a miel. En otras palabras, toda medicina que sí funcione será amarga; sin embargo, si nos queremos curar de algún padecimiento, la tomaremos, así tengamos que sentir su mal sabor o sufrir alguna reacción secundaria. Claro, los beneficios que obtendremos por haber sido valientes y haberla tomado vendrán después, cuando los efectos esperados se comiencen a ver.
Utilizando esa realidad como analogía para tratar de entender las últimas protestas en contra de las medidas económicas del Gobierno, en las cuales participaron sectores del rubro de salud y educación, oponiéndose principalmente al congelamiento del escalafón, nos damos cuenta de que hay algo dentro de nosotros que probablemente hemos heredado de épocas pasadas en las cuales solo buscábamos nuestro beneficio y nunca el de los demás. Me refiero a la falta de solidaridad.
Todos exigimos al Gobierno que arregle la situación económica del país, pero cuando llega la hora de poner nuestro granito de arena y de sacrificar algo de nosotros para que eso se logre es ahí donde la cosa ya no nos parece. «Si en las medidas o en los ajustes necesarios para lograr un objetivo como ese alguien se tiene que sacrificar, que sea otro, menos yo, mi probable aumento para el próximo año que no me lo toquen». Así es como pensamos muchos salvadoreños y así es como demostramos nuestra inexistente solidaridad.
Nos preocupamos porque a causa de un ajuste económico o por una corrección procedimental en la aplicación del escalafón podríamos no recibir un aumento, pero no somos capaces de mirar detrás nuestro adonde hay personas ganando mucho menos que nosotros y a quienes la misma situación económica no permite mejorarles el salario.
Lo peor es que esa es una actitud con la cual nos ponemos en bandeja de plata para ser usados por quienes buscan aprovechar nuestra inconformidad y ponerle más leña a su proyecto desestabilizador.
La misma molestia que nos provoca el pensar que nos están quitando algo que nos pertenece no nos deja ver que estamos siendo manipulados por quienes, mientras estuvieron en el poder, jamás les importaron nuestras necesidades, pero ahora buscan aprovechar nuestro descontento para recuperar lo que por corruptos e incompetentes perdieron.
Deberíamos ya dejar esa forma mezquina de pensar como si solo nosotros existiéramos, como si solo nosotros tuviéramos problemas de ese tipo, o como si todo debería girar en torno a satisfacer nuestras necesidades. Deberíamos establecer un balance entre defender nuestros derechos y ser solidarios con el esfuerzo que el Gobierno hace para sacarnos adelante.
No somos islas en un inmenso océano ni somos planetas que vagan solitarios en el cosmos; somos parte de una sociedad donde hay otros que, al igual que nosotros, viven y sienten y, quizá, tienen necesidades mucho más apremiantes que las nuestras. Debemos aprender a ser solidarios.