… En la vida todo es ir
a lo que el tiempo deshace.
Sabe el hombre dónde nace
y no dónde va a morir…
Nueva York fue cruel y sigue siendo una ciudad sin sentimientos. Como ya lo he compartido, vivir en Los Ángeles es como vivir en Latinoamérica, es tan grande la diferencia cultural de costa a costa que en Los Ángeles hay rótulos en comercios donde anuncian que hablan inglés porque realmente reina el español, es como si estuvieses en México. NY es totalmente opuesto, es una ciudad dominada por ciudadanos de todo el mundo, por lo que el inglés se hace indispensable para comunicarte. Deambular por las principales calles y avenidas de Manhattan es literalmente aprender a caminar.
Llegué a NY exactamente en el punto de la decadencia de la salsa (Fania All Stars), la oleada migratoria de los dominicanos empezó a desplazarla con el merengue de Wilfrido Vargas con su «Jardinero» y Johnny Ventura con «Patacón pisao». Los edificios del Alto Manhattan eran parlantes de la nueva corriente musical que se apoderaba del viejo barrio latino, desplazando a Rubén Blades y Héctor Lavoe.
Empecé a sustituir las pupusas del Molcajete (Pico y Arapahoe) por los bagels con cream cheese; la sopa de patas y el pescado zarandeado de El Barón (Pico y Crenshaw) por la pizza de las esquinas del Greenwich Village.
… Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar…
Creo que sobreviví a esta ciudad porque me aferré a entenderla, descubrirla, adaptarme. No fue nada fácil. Trabajar en la solidaridad me ayudó mucho. Me uní a las protestas masivas en Grand Central Terminal en contra de la dictadura de Baby Doc Duvalier y sus Tonton Macoutes en Haití, protestamos contra la represión en contra del IRA en Irlanda del Norte, asumimos como nuestra la lucha permanente en contra del bloqueo hacia Cuba, acogimos en nuestras oficinas a Rigoberta Menchú y su denuncia por las masacres en Guatemala. Fue tan grande nuestra influencia en la política gringa doméstica que estábamos en todos lados. Teníamos oficina frente a Naciones Unidas, a dos cuadras de las Torres Gemelas estaba nuestra sede de comunicaciones, teníamos monitoreado todo lo que pasaba en la política doméstica de Estados Unidos. Claro, esto no fue posible sin la solidaridad de ciudadanos norteamericanos que se oponían a la ayuda militar e intervención en Centroamérica. Pero de igual manera fuimos con el tiempo asumiendo luchas locales, los derechos de los migrantes, campañas para motivar el voto latino, jornadas para hacer conciencia sobre el cuido del medioambiente.
A diferencia de Los Ángeles, aquí pude codearme con las principales cadenas noticiosas, como la NBC, CBS y ABC. Por representar al Sistema Venceremos era el enlace para los periodistas que querían ir a El Salvador y poder entrar a los territorios controlados. Dan Rather, Peter Jennings, 60 Minutes, todos ellos buscaban nuestros contactos.
… Qué lejos está mi tierra
y, sin embargo, qué cerca,
o es que existe un territorio
donde las sangres se mezclan.
Tanta distancia y camino,
tan diferentes banderas…
Pero NY me estaba enfermando, la nostalgia y la soledad eran siempre mis fieles compañeras. Era tan grave mi adicción a la ciudad que los domingos en lugar de leer «The New York Times» en el Washington Square prefería bajar a la estación del subway en la parada de la West 4th para sentarme en las bancas y escuchar el chillido del tren, ver a los indigentes hurgando en los basureros y, sobre todo, esperar el espectáculo de las ratas tamaño tacuazín haciendo malabares en las líneas del tren.
Me empezaban a dar asco las Navidades en NY. Imposible describir tanto derroche, empezando por la pista de patinaje sobre hielo en el Rockefeller Center, Macy’s y sus vitrinas vomitando ofertas, toda la 5th Avenue llena de luces tridimensionales, la Broadway llena de zombis que caminan sin dirección buscando la mejor bufanda, el mejor abrigo, el mejor regalo. Añoraba las Navidades de mi barrio cerca del McArthur Park.
No me perdono cómo recibí la primera nevada en NY, que como tonto salí a la calle a abrir la trompa para que me cayeran copos de hielo. Sí parecía dundo.
Para mí, cuando llegaba la Navidad en Manhattan, empezaba a añorar más intensamente Los Ángeles, las fiestas de las cheras de mi madre que con antelación preparaban su arbolito de Navidad en los pequeños apartamentos que alquilaban en la Rampart, Normandie, Shattos Place, Arapahoe, Bonnie Brae, la Union, Pico y Hoover, la Olympic y Vermont. A veces eran arbolitos de papel pegados en la pared por la falta de espacio. Mi madre siempre se las ingeniaba y decoraba los mejores que yo recuerdo. Pero lo mejor de lo mejor eran esas cenas navideñas; ahí sí que ya los hot dogs del Madison Square Garden y los Pretzels de Time Square desaparecían de mi imaginario. Esos panes de chumpe que preparaba mi nana, la tía Marta, la chele Ana no tenían comparación. La salsa estupenda, todos los ingredientes guanacos que eran importados por El Tigre Market o El Liborio.
Cuando ya tenía comprado mi boleto en Peoples Express Airline, y justo cuando el «flight attendant» (aeromozos en esos días) anunciaba que ya se aproximaba el aterrizaje en el aeropuerto de Los Ángeles, las patas me temblaban. Era increíble el nerviosismo y la felicidad que me causaba regresar a los míos, esta vez no en el barrio San Lorenzo, regresar a la Magnolia y Olympic.
… No soy de aquí ni soy de allá,
no tengo edad ni porvenir
y ser feliz es mi color
de identidad.
No soy de aquí ni soy de allá,
no tengo edad ni porvenir
y ser feliz es mi color
de identidad…
Continuará …