Para la generación de los años cuarenta, hijos de la Segunda Guerra Mundial, que fueron los líderes políticos en los años setenta y casi hasta hoy, el pueblo era masa. Para que iniciemos un diálogo, decidamos qué concepto en Google les parece más respetuoso para «masa»: 1. Mezcla consistente, homogénea y maleable que se consigue deshaciendo sustancias sólidas, machacadas o pulverizadas. 2. Agrupación de personas, animales o cosas de la misma naturaleza, formando un cuerpo homogéneo.
Fue masa, entonces, la definición que tenían en el pasado los políticos, calificación obtenida de los precursores del marxismo leninismo de la época. Sí. Recordemos de José Ingenieros en su valioso ensayo «El hombre mediocre»: «Los idealistas románticos son exagerados porque son insaciables. Sueñan lo más para realizar lo menos; nunca se integran como piensan». Nada más exacto para definir aquella generación que cuando se interesa por la conquista del poder asumiendo la ideología soviética de los bolcheviques que llevan al poder al partido comunista.
Pero no perdamos de vista aquella sentencia de los idealistas románticos «Nunca se integran como piensan», y demos un paseo por la historia contemporánea desde Rusia, con su operación militar en Ucrania, hasta El Salvador y los idealistas románticos de los años cuarenta, hoy prófugos de la justicia, abandonando los principios fundamentales de los ideales que predicaban: «Nunca se integran como piensan».
Pasando por la triste y dolorosa Venezuela, otrora tercer exportador mundial de petróleo, hoy en la miseria, aquella masa de la que se valieron para gobernar. Asimismo, revisemos las otras dictaduras en el continente, un continente que jamás saldrá de ser tercer mundo mientras esas mentalidades retrógradas mantengan los vicios y los prejuicios de esa generación de los años cuarenta.
Hoy, la nueva generación, los pueblos, la gente pensante, no se plantea ese romanticismo, sino que tiene objetivos claros (cristalinos), transparentes, de asumir su rol en el destino que le conviene: bienestar a base de educación y compromisos reales de supervivencia con el futuro, seguridad social e individual para emprender esfuerzos que los lleven a obtener los servicios y los recursos básicos y así tener una vida humanamente digna. Vemos hoy a México, Chile y Colombia abriendo un compás de convivencia pluralista con sectores tradicionales de derecha, eminentemente capitalistas y hasta neoliberales, sin los fantasmas del poder omnímodo y absoluto que imponía la vieja guardia comunista.
Amplios y cristalinos, con una visión más universal, reflexionando sobre las tristes experiencias de las dictaduras que oprimen a los pueblos y les niegan todos sus derechos fundamentales de libre expresión y tránsito.
Son nuevas experiencias muy valiosas en las que estamos justamente nosotros en El Salvador al dar al traste con los gobiernos absolutistas y sobre todo engañosos en sus propuestas ideológicas, porque sus fines siempre fueron adueñarse del poder para enriquecerse y someter al pueblo al yugo del despotismo más cruel.
Entonces, nuestra generación, digámoslo de alguna manera, está más civilizada, es más inteligente, es además sujeto y ordenada estructuralmente.
A esa nueva generación computarizada a la que todos tenemos acceso, obtenemos una información de primera sobre el acontecer mundial, podemos conectarnos universalmente y aprender a manejar nuestros intereses políticos y económicos a un clic de distancia sin que otros factores ajenos a nuestras realidades puedan tergiversar nuestros objetivos. Ahí están a la mano de todos por los medios cibernéticos, todas las posibilidades para emprender nuevos caminos. Y en la educación, la economía, la política, el gobierno que tengamos no puede ocultarse en las sombras de las ideologías, los credos o los sistemas ajenos a nuestras necesidades reales.
El nuevo golpe de timón que le dio el pueblo salvadoreño a su destino al elegir una propuesta de gobierno diferente, cristalino en los programas y las ejecuciones, nos ofrece esperanzas de cambio y relevo generacional, que es sumamente importante en la transición permanente que debemos hacer para lograr un verdadero desarrollo y una mejor sociedad, en un proceso de transformación hacia mejores destinos para las nuevas generaciones.