Recuerdo el titular de un artículo que escribí meses atrás con la intención de criticar las burdas y poco éticas acciones de ciertos jueces. Este decía así: «Oferta del mes: se le reduce su pena sin que tenga que devolver lo robado».
Era un titular quizá insólito; sin embargo, exponía la realidad de un sistema judicial corrupto en el que los aplicadores de la ley nos sorprendían con ese tipo de aberraciones, dando la impresión de que no estaban allí para hacer justicia, sino para hacer injusticia, en el que había jueces y abogados indecentes procurando la libertad de criminales confesos a cambio de una sucia remuneración.
Por tales procederes era que llevábamos tiempo esperando ver que se impartiera una verdadera, pronta e imparcial justicia, sin que eso sucediera. Seguían las leyes, como decía monseñor Romero, picando solo al descalzo; seguían los impartidores corruptos aplicándoselas a unos e interpretándoselas a otros; o sea, seguíamos mal.
Sin embargo, desde el 1.º de mayo del año recién pasado, cuando la Asamblea Legislativa decidió remover al fiscal general y a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia por las razones ya de sobra conocidas, una luz de esperanza por fin alumbró en el horizonte. Con esa valiente y decidida acción, los diputados tocaron la cúspide del problema. Ahora los jueces y abogados corruptos deben entender que, si se removió a los que antes parecían intocables, igual se procederá contra ellos cuando sus oscuras acciones lo ameriten. Si ya se corrigió la parte de arriba, lo que sigue es corregir la parte de abajo; así se irá cerrando la pinza y no tendrán los corruptos u otro tipo de criminales ninguna oportunidad para salirse con la suya.
Muchos pusieron el grito en el cielo por las remociones de ese 1.º de mayo, principalmente aquellos cuyos intereses (no sus derechos) fueron tocados. Otros igual mostraron cierta preocupación, pero es porque no entendían que la búsqueda de soluciones para un problema debe ser acorde a su gravedad.
Cambiar un sistema tan corrupto y enquistado desde hace años no es fácil y requiere de drásticas acciones, más que todo porque los que se benefician de que este siga tratarán de evitar los cambios a toda costa, llegando incluso a calificarlos como un ataque contra la democracia y la separación de poderes, cuando en realidad lo que se busca es todo lo contrario.
Se dice que la justicia no es justicia cuando no se aplica con igualdad, cuando se imparte a medias o es tardía, fallos que aquí siempre se han tenido.
La justicia, al igual que la salud y la educación, es un componente importante cuando se procura una sana, pacífica y próspera sociedad. Por lo tanto, buscar que esta sea verdadera debería ser una lucha constante tanto de los encargados de aplicarla como de las instituciones que tienen el poder para evitar que sea manipulada, sin dejar de lado, por supuesto, a la población misma, que tarde o temprano termina siendo la víctima directa e indefensa de su mala aplicación.
Quiero, desde esta columna, felicitar a los diputados que decidieron, desde su primer día de trabajo, aprovechar la oportunidad de oro que tienen en sus manos para hacer las transformaciones que siempre hemos deseado.