Llamamos Occidente a la civilización que, supuestamente, viene de la cultura de los griegos atenienses, es decir, a Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Se trata de una denominación civilizacional y para nada geográfica. Hasta ahora, este Occidente ha fijado el juego y las reglas del juego de la vida en nuestro planeta, ha definido la guerra y la paz, la riqueza y la pobreza, el desarrollo y el atraso, y ha subordinado a sus intereses a todos los pueblos del mundo.
Este Occidente fue el que nos invadió en 1492, el que impuso su idioma en nuestras tierras, su economía y sus mercados, y montó por todas partes gobiernos convenientes, dóciles y comprables. Todo este juego se vio fuertemente estimulado en el momento en que se derrumbó la Unión Soviética y se consideró que para Estados Unidos, a la cabecera de este Occidente, había llegado el momento de pasar a administrar todo el planeta, en nombre del mercado.
Para eso soñaron con gigantescas maquilas, tanto en Rusia como en China, así como en Vietnam, Filipinas, Tailandia, Camboya, India y Bangladesh. Washington era, en este sueño, el dueño indiscutible del mundo; mientras Europa funcionaba como eficiente gerente de su gigantesca empresa planetaria. Los hechos, sin embargo, dispusieron avanzar en otro rumbo.
Dado que Occidente abrió sus puertas, sus negocios, sus mercados, sus finanzas, sus secretos para absorber en su organismo financiero tanto a Rusia como a China; ambos países, una vez dentro de los intestinos del capitalismo global, jugaron su propio juego y establecieron lenta, pero sostenidamente sus propias reglas.
Ya en la ballena del capitalismo planetario, Rusia y China usaron sus gigantescos recursos naturales, de los que Occidente y Europa, en particular, carecen para entrar de lleno en el juego financiero y mercantil de Occidente, pero sin subordinaciones. En el caso de China, impusieron su gran capacidad productiva, que llegó a disputar a Occidente la supremacía en el mercado planetario. De modo que Rusia y China dejaron de ser la maquila con la que Occidente suponía que estaban tratando y se transformaron en el fundamento de un mundo diferente, alternativo del que Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, viene imponiendo a todos los países del planeta.
Se trata de un mundo multilateral, donde Estados Unidos no imponga ni su voluntad ni sus intereses, en donde cada país o región desarrolle sus capacidades productivas y participe en el mercado internacional en condiciones equitativas, en donde haya un sistema de banca planetaria que apoye el trabajo de los países sin imponer condiciones y sin la rapiña actual sobre los bienes naturales de los países y las regiones.
Este diseño choca con la práctica conocida de Europa y Estados Unidos. Los europeos montaron un sistema colonial tanto en las tierras americanas como africanas y asiáticas para robar las riquezas de estos pueblos, después impusieron un neocolonialismo que, basado en el control económico, cultural e ideológico de estos pueblos, continuó la rapiña de la que dependen en buena medida el nivel de vida de sus sociedades.
En estos momentos, cuando la alternativa de un mundo multilateral avanza en el planeta, estamos viendo lo que ocurre cuando ese gigantesco pillaje planetario tiene dificultades para llevarse a la práctica, como se ha hecho siempre hasta nuestros días.
Actualmente, podemos ver la deteriorada situación social y económica de los pueblos europeos y la interminable crisis económica, política y social de la vida en Estados Unidos. En ambos casos, las cúpulas gobernantes están muy por debajo de la claridad política de sus pueblos que, siendo sus víctimas, todavía no llegan al momento de luchar para sustituirlas; aunque por todos lados hay señales y muestras de creciente resistencia y oposición. En este escenario internacional, el mundo presenta, como en un espejo, dos realidades del capitalismo: Occidente sumido en una crisis cada vez más creciente; mientras que Oriente muestra una economía que goza de buena salud, con alianzas y acuerdos comerciales que vigorizan su actividad económica, y es aquí, en medio de estos dos mundos enfrentados, que se desarrollan los acontecimientos de Ucrania, que no es más que el escenario de esta confrontación a la que hemos aludido.
Rusia, que está en las fronteras de Europa, y es la primera línea, se enfrenta en Ucrania a la OTAN, a Occidente y a Estados Unidos. No se trata de la guerra entre Rusia y Ucrania. Es la confrontación entre ese mundo unipolar y la multipolaridad que se está levantando vigorosamente y del desenlace de este choque depende, en mucho, el curso de esta confrontación histórica.
En Ucrania se concentra el conflicto civilizacional que en otros momentos y formas aparece como intercambio de mercancías, como barcos y aviones dedicados a la logística, como subidas y bajadas de precios y de salarios. Todo esto se dirime en este conflicto, en donde Occidente está presente en el teatro de operaciones en forma de armamento, financiamiento, asesoría militar; mientras que Ucrania pone la mayor parte de la tropa, la población, la infraestructura y adquiere una gigantesca deuda de cada tiro que disparan, de cada fusil y equipo militar que Occidente no le regala, le vende, sin que, hasta ahora después de meses de guerra, Occidente aparece cada vez más lejos de una victoria militar.
La lucha por un mundo multipolar interesa a todos los pueblos del mundo, tanto a nosotros, que no somos parte de Occidente, como a los mismos pueblos occidentales. Ese mundo multipolar es la garantía de una paz duradera en nuestro planeta.