El Salvador ha dado en los últimos tres años un giro indiscutible hacia tratar de vivir en mejores condiciones, en la normal convivencia de una sociedad civilizada; y si bien en el camino ha habido lógicos sobresaltos, la dirección está marcada.
Por décadas la inseguridad fue el problema número uno de la ciudadanía trabajadora y honrada y, en su defecto, el principal generador de migración, éxodos internos, muerte, cierre de oportunidades y un largo etcétera, las medidas adoptadas por el Gobierno del presidente Nayib Bukele en materia de seguridad por fin han permitido vislumbrar una luz al final del túnel.
Y es esa luz la que les permite a los salvadoreños que pueden hacerlo, el sector empresarial, en este caso, tener una gran oportunidad de ser protagonistas y pasar del papel, de las buenas intenciones, de ir más allá, de ser transformadores del concepto de responsabilidad social empresarial (RSE) para llevarlo hacia acciones concretas que abonen al mejor bienestar para los salvadoreños; además, es algo que merecemos luego de décadas de guerra, de estar enclaustrados casi en pequeños guetos (colonias o barrios), de estar a expensas de grupos criminales.
Ahora esa oportunidad de oro se cierne sobre los verdaderos empresarios, los que saben que su valiosa mano de obra procede de lugares que hasta hace poco eran inaccesibles para quienes no residían allí, donde el microbús de reparto de personal nocturno transitaba bajo amenaza constante, a diario, al ingresar a determinados territorios o, peor, ni siquiera podían ingresar a x colonias.
Ahora no solo el reparto de personal se hace con más libertad, sino que la distribución de productos de consumo masivo está llegando sin mayores contratiempos a todo el territorio; de eso dan fe los mismos empresarios.
Y qué agradable saber que, por ejemplo, Textufil, una empresa textilera enclavada en el corazón de Soyapango (el mismo municipio donde en años anteriores mataban a una persona por día, cuando menos) ha dado un paso importante y una ejemplar señal hacia esa real RSE al donar un terreno en Ilopango en el que se construirá el Complejo Deportivo Vista al Lago; sí, «Vista al Lago», un nombre de colonia que hasta ahora evocaba usurpación, pandillas, muerte y el cementerio clandestino donde fueron hallados los cuerpos, entre otros, de cuatro soldados secuestrados por pandilleros de la zona en 2016, cuando iban hacia la Fuerza Aérea y por error se subieron a un bus de ruta equivocada.
La acción de Textufil al donar ese terreno a la comuna de Ilopango no es equivocada, más bien sienta un precedente notable, ya que conlleva una apuesta por la formación ciudadana y de valores, pues el deporte no solo es salud física y mental, sino también detonante cuando se juega en equipo, para la formación de valores como el respeto, la amistad y la solidaridad.
Es este hecho el que puede marcar pauta para que no una o dos, sino decenas de empresas en adelante adopten y equipen como se merecen el parque, la cancha polvosa de una colonia o de un barrio para transformarlos en centros de convivencia. Esa sería una auténtica y respetable RSE y no solo un concepto, como hasta hoy. Pero, ojo, algunas responsables empresas ya son socialmente reconocidas, porque a pesar del infierno del que venimos siempre apostaron a extraer a talentos académicos y deportivos, y eso es obligado reconocerlo como excelente.
Pero ahora que no hay pago de extorsiones, ¿por qué no adoptar e invertir en el futuro y valerse de la RSE para transformar espacios en municipios donde están arraigadas las fábricas y, de esa manera, recuperar espacios públicos para cerrar toda opción a la criminalidad?