Conversando tranquilamente con unos buenos amigos, alrededor de unas tacitas de café en una mesa debajo de un árbol de almendras, uno de ellos dijo: «Los salvadoreños estamos viviendo una especie de sueño, ya que no nos creemos que esto está pasando»; se refería al ambiente de paz, libertad y tranquilidad en el que hemos vivido en los últimos meses.
En esta pequeña columna, que dividiré en tres partes, hablaré del sentir del salvadoreño promedio, ese que trabaja o emprende o estudia. El que vemos todos los días manejando su pichirilito o en su moto o usando tranquilamente el servicio público de transporte para llegar a las diferentes ocupaciones honradas del día a día.
Como en todos los artículos anteriores, he utilizado un estricto método de medición estadística, esta vez utilizaré el «sentidómetro», o sea, he recogido el sentir de esa población honrada mayoritaria al hablar con el vecino, con profesionales, medianos y grandes empresarios, con los compañeros de trabajo, con cualquier compatriota en el centro de San Salvador, en La Gran Vía, así como en parques y mercados de diferentes pequeñas ciudades del oriente y del occidente de nuestro querido El Salvador. En conclusión, la variedad de la muestra está garantizada. Así mismo, aprovecharé el espacio para hablar de otros temas y posibilidades que se nos presentan en esta nueva realidad.
Desde hace unos meses este servidor ha tomado como terapia caminar desde su vivienda hasta el centro de San Salvador, ahí aprovecho para entablar conversación con el primero que se me ponga enfrente. Nosotros como salvadoreños somos bien dados a conversar, solo basta una primera frase para llevar a cabo un gran análisis de la situación.
¿De qué tiene, maestro?, le dije al sorbetero que debajo de una sombra es aba en un parque; inmediatamente abrió el frío cajón y me dijo: «De coco y tamarindo… de dos y tres coras» y procedió a mostrarme el barquillo. Le señalé el clásico y le dije: «De los dos sabores y de tres coras». Cuando le estaba poniendo la jalea lo comencé a sondear: «¿Y cómo está la cosa?», le disparé sin preámbulos. «N’ombe, macizo», me dijo, «hoy gracias a Dios nos sentimos al suave, yo llego a cargar temprano y hoy regreso hasta bien tarde, aprovecho hasta que oscurece para terminar todo el cuchumbo, hasta las 7 u 8 de la noche, vendo el doble que antes. Antes a las 4 de la tarde entregaba por lo peligroso y allá donde vivo, por El Guayabo, llegando a Panchimalco, si me cruzaba después de las 5 de la tarde, amanecía tieso. Mi señora, que echa tortillas, pasa tranquila, ya no la extorsionan y hoy mis dos cipotas se van solas a la escuela, como a un kilómetro, sin temor de que un loco me las vaya a malograr; antes, ni pensarlo».
El compatriota siguió alabando las efectivas medidas que el presidente Nayib Bukele ha implementado. No habló del PCT ni del régimen de excepción, sino de los resultados. «Mire», me dijo cuando ya nos despedíamos, «a este hombre, el di’arriba nos lo envío, los tiene bien puestos y, nosotros, la mayoría tenemos la obligación de mantenerlo ahí, protegerlo y apoyarlo, porque yo sé que él, como los ministros, policías, soldados y custodios de los centros penales están haciendo un gran sacrificio y esfuerzo para que estemos así de bien».
Chocamos los puños y seguí mi caminata. Esa interrogante la hago cada vez que puedo y las respuestas y el análisis del 99 % van por ahí, con diferente léxico, pero el contenido no varía mucho; lo bien que se siente estar en un país seguro, la paz y tranquilidad para uno y la familia, lo consciente de que estamos que hay un gran sacrificio desde la familia presidencial, el Gabinete de Seguridad, del Ejército y Policía. Sabemos que tiene un costo, que es un proceso y que no todo es perfecto, pero estamos dispuestos a seguir apoyando porque los beneficios son mayores y la continuidad es vital.
Esa conversación se ha repetido con otros matices y personajes, pero el común denominador ha sido que nuestra realidad ha cambiado en los últimos meses para bien, y así la mantendremos. No volveremos al pasado bajo ninguna circunstancia, nos sentimos en paz, libres con ganas de emprender y de prepararnos para un futuro mejor.