Me encanta hablar de mi hijo y siempre inicio de la misma forma: el ser humano de 1 metro con 10 centímetros que vive en mi casa, el que toma mis zapatos sin pedir permiso, el que decide cuál es el programa de televisión que veremos juntos, que quiere hablar de dinosaurios, juegos de video y de insectos a cualquier hora del día; al final de todo me llena y recarga de vida justo cuando me dice «papá, te amo».
Creo que estamos todos de acuerdo con que cada niño tiene su esencia; y, sobre todo, que ser padre es algo que implica mucha responsabilidad, pero al mismo tiempo estar preparado para dar y recibir toneladas de amor. Por supuesto, esto dependerá del comportamiento que tenemos con nuestros hijos.
Cada momento de la vida es único e irrepetible; cuando mi hijo tenía unos 10 meses, a diario le decía la palabra papá, en cada oportunidad que era posible, y cuando dijo su primera palabra fue justo esa; luego mientras estábamos acostados en una cama empecé a dejar que se pusiera de pie a mi lado, mientras lograba su propia confianza para caminar, hasta que lo logró. Poco a poco los niveles de complejidad empezaron a llegar, pasamos a la etapa de comer alimentos sólidos, después de tirar muchas veces las cucharas y comer poco se alcanzó el objetivo; un momento muy divertido que nos hizo reír a montones, fue cuando le decía mi nombre, el de mi esposa y de mi madre, el carcajeaba y decía que nuestros nombres eran: papá, mamá y abuelita.
Siempre lo hemos estimulado para que sea un niño, que viva y disfrute cada etapa. Es ahí cuando me doy cuenta de que no soy el mismo jovencito que era hace una década, cuando me dice ¿papá, jugamos?, significa media hora a las escondidas, otra media hora con carritos, escuchar la paráfrasis de sus libros de cuentos mientras se guía con las imágenes, jugar con su consola de videojuegos y todo quiere hacerlo el mismo día; nos turnamos con mi esposa para seguirle el ritmo.
Algo que siempre he hecho es decirle que lo amo y que es mi vida, cuando le digo que lo amo responde con un: yo a ti; cuando le digo que es mi vida responde con un: sí, lo soy. A veces pienso que soy bastante exigente con él, con su comportamiento en la mesa cuando comemos o estamos en lugares públicos, cuando debe prestar atención a las indicaciones de sus profesores, su abuela o su mamá; se lo pido por favor, le agradezco por atender la indicación lo mejor posible y vuelvo a decirle que lo amo y que es mi vida. En ocasiones se le caen cosas, derrama bebidas, arruina juguetes por accidente y cuando me acerco para ayudarlo me dice: papá, fue mi culpa, lo siento. Yo le respondo con un: todo va a estar bien, hay que tener más cuidado.
No conozco la fórmula secreta para educar a los hijos, pero estoy seguro de que debe incluir amor por toneladas; a todos los padres que leen esto, sin importar el día, la hora o el lugar, todo lo que hagas con tus hijos, hazlo con verdadero amor.