No es necesario tener un título académico o una maestría, pues basta la simple instrucción notoria ciudadana para señalar y enumerar las serias problemáticas que el conglomerado urbano centro del Gran San Salvador padece desde hace ya muchas décadas y cuya sumatoria se define con una sola palabra: caos. Por eso no es posible exigir a un nuevo alcalde, aun con mucha experiencia, resultados inmediatos y soluciones a problemas casi ancestrales que desgobiernos municipales incapaces y corruptos nos han heredado, apoyados en la indiferencia ciudadana que tomó literalmente el ingenuo eslogan de «San Salvador es tuyo», y convirtieron la ciudad en tierra de nadie.
Hay que considerar que en nuestra ciudad nacieron barrios casi por inercia, formando aglomeraciones más allá de las periferias marginales, construyendo y no urbanizando grupos residenciales, soldados unos con otros sin ningún criterio urbanístico.
Quiero llamar la atención sobre un problema específico: la engorrosa tramitología burócrata que hay que superar para obtener permisos de construcción y otros afines; así como la idea nada nueva y mucho menos justificable de obligar a los profesionales de la construcción a participar en un curso con costo de $50 para revalidar u obtener una licencia. Las quejas y desavenencias han estado siempre verbales y escritas por Casalco y las asociaciones afines, así como las de los ciudadanos en particular que son los más afectados.
Sabido es que una de las actividades industriales más indicativas del desarrollo económico de un país lo constituye la construcción, no solo por la cantidad de oportunidades de trabajo que genera, sino como motriz de la industria, el comercio, el transporte, las comunicaciones, etcétera, pues es bien sabido también que $1 invertido en ella llega hasta la economía de la vivandera.
Con un reglamento nada práctico, basado en el modelo del Distrito Federal de México de hace años, ya no es funcional. Basta hojear el reglamento de Río, Bogotá y Buenos Aires o el nuevo del Ministerio de la Construcción para el Distrito Federal de México para entender mejor de lo que estoy hablando. La industria de la construcción no puede ser vista desde la acera de enfrente, con criterio únicamente técnico, reglamento en mano sin ver el tiempo y la hora. Resultado nefasto de estas políticas son las construcciones ilegales o con permisos comprados o pagados antes de llegar a la última instancia que es el concejo municipal. Zonas verdes arrendadas usurpadas o dadas en comodato, cambios de ubicación, iglesias de zaguán (que atentan contra la tranquilidad), ventas de cerveza, billares y loterías ilegales. ¿Cuántos planes de ordenamiento han existido después de Metroplan y de qué sirvieron? No necesito decirlo.
No prosigo, alcalde, porque su tiempo como el mío es valioso y sé que lo leerá. Es una magnífica oportunidad que le brinda esta pobre ciudad de proseguir con el proyecto del presidente Bukele, asesorándose de verdaderos urbanistas y recuperando paso a paso su estética y funcionamiento ordenado, con nuevas ideas y viejas esperanzas. Felicidades, alcalde. Y así como se recuperó la Asamblea, recuperemos la alcaldía.