Hemos establecido por revelación bíblica que lo único pétreo son los 10 mandamientos, escritos en piedra por la misma mano de Dios; y que han sido aceptados universalmente a lo largo de la historia humana para la promulgación de leyes, por ejemplo, y como ya lo dijimos, como fundamento del mismo derecho romano.
Esa naturaleza pétrea de los 10 mandamientos proviene del carácter inmutable del que los prescribió para proteger la vida humana, la adoración a Dios y la convivencia de unos con otros. Y para entender y apreciar los mandamientos que Dios nos ha dado es sumamente necesario que conozcamos a este Dios que los escribió y nos los dio para nuestro beneficio.
Inmutable, según el diccionario de la RAE, es un adjetivo y da dos definiciones: No mudable, que no puede ni se puede cambiar, y, en segundo lugar, que no siente y no manifiesta alteración del ánimo. Ambas definiciones corresponden a la persona y al carácter del Dios bíblico.
La primera parte de estos mismos mandamientos pétreos nos indican cuál es el camino que no debemos tomar para comprender al Dios verdadero cuando dice: «No tendrás dioses ajenos»; «No te harás imagen, ni ninguna semejanza». Eliminando desde el principio toda idea de politeísmo como práctica religiosa, como dice la escritura: «El Señor, tu Dios, uno es» y, por tanto, no hay ni dos ni tres, sino uno solo y único Dios verdadero.
Por otra parte, quién es Dios no se nos ha dejado a nuestra imaginación, inteligencia o intuición, sino que se nos ha dado una re – velación, y por eso la escritura dice: «Lo que de Dios se conoce es lo que Él nos ha dado a conocer de sí mismo» (Romanos 1:19). La revelación bíblica nos describe a este Dios como creador y benefactor de su creación, que tiene como propósito que lo conozcamos bien para que lo podamos honrar y adorar y, así, disfrutar de todos los beneficios de vivir en comunión con Él.
Este Dios inmutable en su persona y carácter, en su deseo inalterable de que lo conozcamos se hizo hombre. El invisible se hizo visible, el inmortal se hizo mortal, el infinito se hizo finito, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual, Dios también le exaltó hasta lo sumo y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Por increíble que parezca, Jesús es ese mismo Dios inmutable, por lo que el escritor de la carta a los hebreos dice en 13:8 sobre él: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos».
Esta expresión muestra su inmutabilidad y ese mismo carácter pétreo que la revelación le otorga al Dios que nos entregó los 10 mandamientos. Jesús dijo: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre». La pregunta que debemos hacernos es cuánto lo conocemos y cómo es nuestra relación con Él. ¿Has creído en Jesús como único y suficiente salvador para tu vida? Esa creencia implica que has puesto tu vida y todo lo que tienes en sus manos, bajo de autoridad y gobierno.