La vida nocturna de San Salvador siempre me cautivó. Por diversas calles del Centro Histórico veía uno y otro lugar lleno de gente comiendo, bebiendo, oyendo música, bailando, en fin, disfrutando la vida, y pensé que algún día estaría ahí, junto con esos cientos de almas libres sin temor a la noche ni a la madrugada.
No pasó mucho tiempo para que yo fuera uno de esos seres nocturnos gracias a un amigo y colega de trabajo, Juan, quien dispuso una gira por los antros más famosos del momento, aunque destaco la inolvidable experiencia en dos de ellos: El Arado y El Nuevo Arado.
El primero estaba justo sobre la alameda Juan Pablo II, frente al Parque Centenario. Las paredes que daban a la transitada alameda eran de madera y bambú, que no pasaban el metro de altura; el techo era tipo rancho, con sus características palmas entrelazadas amarillentas sobre una armazón de troncos rollizos. Las mesas y sillas de madera, todas con las patas en equis, con un acabado de barniz brillante.
Al entrar no me sorprendió que algunos de los clientes saludaran a mi amigo por su nombre, al contrario, me dio cierta tranquilidad por la familiaridad con que era recibido y, por extensión, el mismo trato a quienes lo acompañábamos.
Fue divertido ver bailar a unas parejas bajo las luces intermitentes y multicolores, así como disfrutar la plática de un hombre gordo y pelón que reía de todo y con todos los que estaban en su mesa, además de otros que ocupábamos las mesas cercanas.
No sé cuánto tiempo pasamos en ese lugar, pero llegó el momento de seguir la gira. El segundo destino fue El Nuevo Arado, ubicado en la 3.ª calle poniente, a unos pasos del cine Central. Este lugar era pequeño, ruidoso, pero fue ahí donde no pude —ni podré— olvidar la presentación de una mujer pequeña, pelo corto, quien con mucha determinación interpretó «Vestida de blanco», de Rocío Dúrcal.
Apenas empezó a cantar clavé los ojos en ella. En verdad cantaba, muy entonada y a tiempo con la melodía. Los gestos denotaban que tenía experiencia para presentarse frente al público y por eso al final de la canción abundaron los aplausos y gritos de emoción de muchos de los presentes.
Esa gira duró una sola noche, no volví a esos lugares y tampoco supe nada más de la cantante. Han pasado más de 20 años de aquel peculiar recorrido, y para mi sorpresa hace solo unos días reencuentro a la cantante. «Sí, era yo», me dijo.
Increíble, estaba sentada frente a mí, a solo unos pasos, sonriente y hablando de su trayectoria artística. De la ocasión en la que ganó un concurso de canto en la televisión salvadoreña y saltó a la fama, cuando fue la voz principal de grupos musicales, de los años que trabajó en escenarios de Sudamérica. Tantas historias, tantos años…Aunque debo admitir que, mientras ella hablaba, mi mente solo evocaba el momento en que, sentado en una de las bancas de El Nuevo Arado, atrajo mi atención para oírla cantar.
No se me olvida su voz, tampoco que vestía de blanco al interpretar a Dúrcal, así como jamás olvidaré esa primera vez que fui parte del entonces San Salvador bohemio, como muchas otras almas libres de aquella noche. ¡Gracias, Nubia del Mar!