Si se hace un inventario de las diferentes experiencias vividas, independientemente de la edad que se tenga, algunas resultarán muy enriquecedoras, otras no tanto, y habrá algunas que definitivamente serán desgastantes, dolorosas e incluso traumáticas. Estas últimas son vivencias que posiblemente no esperamos que sucedan y que, cuando pasan, inevitablemente se tiene la sensación de que algo dentro de la persona se ha desmoronado, destruido o cambiado de manera negativa.
Ante estos eventos dañinos (independientemente de cuál sea su origen), hay personas que sucumben tristemente y su personalidad resulta visiblemente afectada, causando daños tan severos que pueden ir desde neurosis hasta trastornos más graves como la esquizofrenia o la psicosis, pasando por estados patológicos que bien podrían incluir depresión severa, crisis agudas de ansiedad, autoestima disminuida y pérdida del sentido de seguridad, solo por mencionar los más comunes.
Sin embargo, hay personas que ante esos mismos eventos catastróficos pareciera que tienen una enorme capacidad para soportarlos y sobreponerse a ellos; manifiestan comportamientos adecuados para lidiar con las situaciones complejas y resolverlas de manera apropiada; es más, dan la impresión de que, después de que el evento traumático ha pasado, están más fuertes, con una mayor capacidad de ver al futuro con optimismo y son capaces de adaptarse mejor a su nueva realidad.
¿A qué se debe que estas personas actúan de una manera tan asombrosa, admirable y con un adecuado control? ¿Ya son así por naturaleza?
Esas personas no actúan así por naturaleza, ya que la habilidad para enfrentar situaciones difíciles no está depositada en los genes. Esto es algo que se desarrolla, es una habilidad que hay que cultivar desde la infancia. A esa capacidad para enfrentar situaciones adversas para lograr resultados positivos y tener la capacidad para adaptarse a las nuevas situaciones se le conoce como resiliencia.
En el transcurso de este año se ha tenido que hacer uso de esa capacidad para sobrellevar las diferentes situaciones dolorosas que han caracterizado estos meses. Se ha tenido que acudir a la resiliencia para salir adelante, para no sucumbir ante tantas cosas negativas que habrán sucedido y, lo más importante, continuar viviendo con la esperanza y la seguridad de que vendrán tiempos mejores.
Esta actitud hace que estas personas puedan plantarse de cara a manejar mejor el presente, soltándose del pasado que no se puede cambiar y ver hacia el futuro que aún se puede construir. La persona con resiliencia tiene una enorme energía para adaptarse a la nueva realidad y hacer lo necesario para que las cosas salgan de la mejor manera posible.
La persona resiliente no desperdicia el tiempo lamentándose por las cosas que ya sucedieron y que le generaron un dolor inesperado o una pérdida angustiante. En lugar de eso utiliza ese tiempo y esa energía para buscar soluciones y reacomoda su plan de vida para buscar nuevos objetivos, nuevos futuros posibles.
Más allá de lo que dictan las teorías, desde mi punto de vista, hay algunos factores fundamentales para desarrollar resiliencia y deben ser altamente atendidos tanto en niños como en adultos. Estos son la tolerancia a la frustración, la calidad del apego y la autoestima. Sin estos tres factores, o mejor, si estos tres factores no se han desarrollado o están mal construidos, por muy inteligente que sea una persona no poseerá resiliencia.