El destino de los pueblos no está escrito en las estrellas ni ha sido dictado por inspirados hombres iluminados. Tampoco viene determinado por potencias extranjeras que ordenan qué se debe hacer en un país o por poderosos y adinerados hombres de negocios con sus organizaciones y lacayos locales.
Los pueblos deben definir su destino, luchar por este y encontrar el camino hacia el desarrollo. El Salvador soportó, durante 200 años, élites económicas, políticas y militares que mantuvieron a las grandes mayorías alejadas del ejercicio del poder. Los privilegios de unos pocos se erigieron sobre las penas, las miserias y el dolor de los ciudadanos, que estaban relegados a ser pequeñas partes de los grandes engranajes de la maquinaria explotadora.
Nuestra historia repitió, a lo largo de esos dos siglos, la estructura de dominio y de restricción de los derechos de las mayorías. Así sucedió con los primeros gobiernos luego de la separación de España, continuó con la llegada de las clases criollas dominantes y se perpetuó en las siguientes décadas. La llegada de las dictaduras militares implementó el control de la sociedad con la represión, que culminó con el conflicto armado.
Sin embargo, las esperanzas que muchos habían depositado con la expresión de izquierda, encarnada en el FMLN, quedaron destrozadas tras la alianza que pactó con su supuesto enemigo ideológico, ARENA, con el que firmó acuerdos que fueron el compromiso para proteger los delitos de corrupción y saqueo del Estado.
El nuevo camino de El Salvador comenzó a forjarse el 3 de febrero de 2019, en el que, a través de la voluntad mayoritaria, los viejos partidos tradicionales fueron superados. El 1.º de junio de ese año, con la llegada de Nayib Bukele a la presidencia, terminó la era de ARENA-FMLN y permitió, por primera vez, tomar las riendas de los destinos nacionales.
Con la expresión popular en las urnas, el mandato ha sido claro: remover al viejo y corrupto sistema político para dar paso a una institucionalidad acorde con las necesidades nacionales, con el firme compromiso de generar desarrollo al país y llevar a la justicia a las estructuras criminales.
El Salvador construye su destino paso a paso, firme y sin negociar con los «destinatarios» de la corrupción, luchando contra las adversidades locales o provenientes del exterior. Los ciudadanos mantienen el apoyo a este proyecto, lo demuestran todas las encuestas, los sondeos y los estudios de opinión. Y eso es porque el camino elegido es el correcto.