A su regreso de misión, la religiosa, por temor al escándalo, no lo reportó a las autoridades; sí lo hizo ante el clero, que tampoco divulgó el suceso y se limitó solo a expulsar del seminario a Marcelo.
Físicamente de buen parecer, pero párvulo en la seducción de las mujeres, Marcelo se convirtió en un adicto al sexo forzado. Las primeras violaciones las hizo al azar, pero más tarde elaboraría un plan de mente maestra. Había leído un libro sobre cómo conquistar a mujeres y cómo delinquir sin dejar rastros.
Su primera víctima fue una enfermera. Se llamaba Jenny, tenía el cabello castaño y el cuerpo atlético. La conoció en la cafetería de un hospital público, al poco rato entablaron una conversación y se intercambiaron sus números telefónicos.
Jenny estaba recién graduada, tenía 22 años, y sus ojos color verdes y su piel canela resaltaban entre su blanco uniforme. Su madre era de República Dominicana, había llegado al país hacía un par de años por motivo de una jornada médica contra el dengue y terminó casada con un salvadoreño.
Las primeras citas entre Marcelo y Jenny transcurrieron con normalidad, pero en una noche de luna llena y pasado de copas, el galán, como lobo cazador, allanó el departamento de Jenny y, cubierto con un gorro pasamontañas, le propinó un golpe en la cabeza y procedió un minuto después a violarla con locura.
Jenny, esperando encontrar un hombro en el cual llorar su pena, le contó a Marcelo lo sucedido, y este, que sabía con puntos y comas lo ocurrido, se dio por ofendido y aprovechó el suceso como excusa para finalizar la relación.
Meses después repitió la historia con una jueza de Instrucción, y después intentó hacer lo mismo con una policía, cuando cayó preso. A lo largo de su actuación delincuencial, Marcelo adoptó un modo de operar: siempre dejaba a sus víctimas esposadas a la cama y les dejaba dibujada una orquídea. Levantó sospechas porque todas sus víctimas, algunas exnovias, eran violadas cada 8 de marzo.
Cuando allanaron su apartamento, encontraron varios grilletes sin usar y una segunda lista con nombres de mujeres con diferentes ocupaciones. De la primera de sus listas aún le faltaba una agente policial, y para cogerlo in fraganti, o al menos antes de consumarlo, se le colocó una carnada.
Los investigadores disfrazaron a una bailarina de «table dance» como agente de Tránsito, y Marcelo mordió el anzuelo una tarde que venía del puerto de La Libertad. Conducía un carro gris de cuatro puertas cuando la agente de Tránsito le hizo señal que parara la marcha y que se estacionara.
«Buenas tardes, licencia y tarjeta de conducir, por favor», expresó la falsa agente mostrando en primer plano sus exuberantes pechos. Marcelo mostró su blanca dentadura y dibujó una sonrisa inocente. Sin motivos para retenerlo por más tiempo, la falsa policía anotó su número de celular y Marcelo vio la oportunidad de cumplir su fantasía.
Salieron dos veces, y a su tercera ocasión, Marcelo procedió a la violación. Para entonces, la casa de la «teibolera» tenía cámaras en todos los rincones, y a un ejército de policías a su alrededor que solo esperaba la señal para ejecutar la captura.
Un año más tarde. Marcelo llegó a juicio y fue condenado a 30 años de cárcel. Consta en los expedientes judiciales que violó a siete mujeres en años, pero se confirmaron solo tres. A su llegada a la prisión ya lo esperaba una comitiva de internos penitenciarios, y no precisamente para externarle su admiración por accionar. Se cuenta entre los mismos reos que en una ocasión Chelo fue vestido de mujer y lo obligaron a participar en una orgía.
Después de 20 años, Chelo recobró la libertad por buen comportamiento, pero falleció una semana más tarde en un mesón de Ciudad Delgado, en San Salvador. Los escritos periodísticos…