Uno es lo que es. Esto tendría gran sentido si todos tuvieran claridad de lo que son, de su identidad, de su propósito en la vida. Ya he mencionado en otras columnas que el gran sentido de la vida es la vida misma, pues bien, esa vida tiene sentido si hay sentido en lo que se es. De lo contrario, la vida no identifica la existencia de ese ser que quiere, de hecho, ser siendo sin más. ¡Honrar la autenticidad de lo que se es es equilibrar la vida!
Por supuesto, se es lo que se es cuando se descubre la identidad, la individualidad no de ser persona, sino de ser un ente en constante cambio y evolución. La gran tarea sería reconocerse a sí mismo siendo quien se es y no buscando ser otro que al final no le da satisfacción real, sino solo en el deber ser de lo que otros esperan de él. Por lo que identificarse en sí mismo, consigo mismo y para sí mismo podría ser el gran inicio del ser identificado.
Empero, lo expuesto no es un sinsentido o demagogia retórica, no se trata de expresar por expresar en juego de palabras; al contrario, el sentido de cada palabra y oración tiene detrás de sí siglos de búsqueda interior de los grandes místicos, intelectuales y santos de la historia, pero, ante todo, mi propia experiencia personal como ente pensante y sintiente.
La maestra Laura Hillenbrand solía decir «sin dignidad, la identidad se borra», pues bien, yo le agregaría (si se me permite la osadía ante tal intelectual) que sin identidad no hay dignidad, y sin dignidad no existe identidad, solo la personalidad construida entre pedazos de historia y deseos de los demás. No hay más que agregar. La dignidad será mostrada en la medida que la identidad resurja como fiel amante de la propia existencia.
De tal suerte que lo establecido en el párrafo anterior expone sin más una realidad que todos deberían estar buscando, sobre todo tú, querido lector joven en busca de tu propia identidad, o tú, adulto que aún estás en el vaivén de ser lo que otros quisieron que fueras. Ten el coraje de ser quien debes ser, es decir, lo que ya eres, amando y aceptando lo que eres, seas lo que seas, de tal manera que la vida te identificará y dará a probar de su néctar en la medida que empieces a ir hacia dentro y encontrarte contigo mismo. Esa es la mayor de las labores y logros de toda persona o, por qué no decirlo, la obligación moral de todo ciudadano: encontrarse y amarse, sabiendo que solo así la vida te identificará. ¡No hay mayor regalo que este si te lo permites!
El maestro Stephen Covey decía que «el verdadero robo de identidad no es financiero, no está en el ciberespacio. Es espiritual. Ha sido tomado». Todos temen en este mundo digital e ilusorio que les roben la identidad en las redes sociales o, peor aún, a nivel financiero, pero no se dan cuenta de que el peor de todos los robos de identidad ya lo tienen, se lo han autoinfringido, han permitido que la sociedad del consumo y la ilusión de los mercaderes de la vida les robaran hace mucho el alma, la dignidad de la identidad.
Así que es momento de que cada lector que hace el honor de leer estas sencillas recomendaciones o tesis, como quiera llamarlas, considere como serio para su vida recuperar su identidad, es decir, volver a ser él mismo, sin importancia de lo que otros quieren para él; solo empezar de nuevo a amarse y aceptarse como lo que se es, es decir, la dignidad de ser quien se es y con ello dejarse identificar por la vida bajo el hermoso don y privilegio de la propia identidad.