Todos en algún momento solemos tomar el tiempo de reflexionar sobre cómo pasan los años y cómo a veces han cambiado las cosas, algunas para bien, otras para mal, pero sobre todo para mejorar. El espacio que solemos dejar para nosotros mismos suele ser muy corto, con las obligaciones de la vida, entre trabajar, estudiar, la familia y otros. Los que nos dedicamos a nosotros mismos pensamos que es obsequiarnos algo: «de mí para mí», «me merezco este gustito». Claro, está bien, pero ¿cuándo fue la última vez que te dedicaste un día completo a ti mismo?
Vivimos en una sociedad en donde de manera mecanizada solemos hacer juicios de valor ante ciertas situaciones, por ejemplo, ver a alguien comiendo solo o asistiendo a una sala de cine solo es hasta motivo de tomarle una fotografía y asociar que es una persona triste, que probablemente no tiene amigos o que la dejaron plantada, cuando muy posiblemente sea una persona con una paz interior y madurez suficiente para sentirse cómoda consigo misma y disfrutar de una película o una comida sin necesitar la compañía de nadie más. Vivimos en una constante búsqueda de la felicidad, una que se mantiene oculta en el amor de una persona, la sonrisa de un extraño, un mensaje de texto, un par de zapatos, una freidora de aire, un beso, un atardecer, de cualquier manera.
La felicidad es algo que suele encontrarnos a nosotros y viceversa, donde una actitud positiva y la determinación de ser mejor cada día puede darnos una verdadera lección de vida, donde empezar por hablarnos a nosotros mismos y reconocer lo importante que somos es un gran punto de partida.
«Aprender a querernos a nosotros mismos para poder querer a los demás» es una frase que hemos escuchado en todas partes, pero pocas veces hacemos una introspección de lo que puede significar para nosotros y nuestro crecimiento; aprender a valorar a los que nos rodean, lo que aportan para que seamos mejores personas, es una de las cualidades más importantes de los salvadoreños, porque sin importar adonde vayas, ya sea un restaurante, una pupusería en la calle, un autobús, la banca de un parque, una casita en el campo, siempre vas a ver en los rostros una sonrisa, una quietud del momento vivido, que se refleja en instantes que se vuelven eternos, la felicidad que nos une y nos encuentra reflejada en rostros conocidos y extraños, y luego en nuestro corazón.