Cuando el procónsul hondureño Ricardo Zúñiga —allegado al partido corrupto actual en el poder, cuyo mandamás está señalado de narcotraficante junto con su hermano, preso en una celda del imperio— «visitó» por segunda vez sin invitación nuestro país —considerado tercio peligroso de un triángulo inventado por Washington y cuya similitud con el de las Bermudas son las desapariciones misteriosas, en uno de naves marítimas y aéreas y reales en el segundo, de capitales y políticos corruptos el otro— me hizo recordar el imperio Romano, no por su grandeza y civilización, sino por su régimen cruel y esclavista.
El procónsul de confianza, que fue mediador de Obama con Cuba y cuyo intento desbarató su sucesor, declarado demente por los senadores demócratas, encabeza un comité de «ayuda» económica de $4,000 millones, que no representan ni la quinta parte de lo necesario para detener la inmigración.
El procónsul habló, en su perorata medieval y prepotente, de preocupación no de la pobreza y la pandemia, sino de salvaguardar su democracia —nada parecida a la que los salvadoreños hemos comenzado a construir a partir del 28 de febrero de este año—, y continúa con gesto prepotente e irrespetuoso, creyéndose aún en su traspatio, amenazándonos con quitar la «ayuda» que, según él, nos regala el imperio a través de sus sucursales disfrazadas AID, BID, Fondo Monetario, BCIE, etc. El inquisidor del sacro imperio del dólar y del dolor ignora adrede la historia de estas colonias que el imperio tipifica como figuras geométricas, creyendo que somos amnésicos y no conocemos el historial vandálico que a través de la imposición llevada desde el Panamericanismo, Doctrina Monroe, Alianza para el Progreso, etc., como trasfondo del criminal bloqueo económico a Cuba; intervenciones desde Colombia, Venezuela, Chile, Bolivia, Argentina, Panamá, Nicaragua, México etc.; que la SIP y sus secuaces de la palabra han presentado a los pueblos como actos de protección, generosidad y amistad. La humanidad no olvidará jamás Hiroshima, Vietnam, Laos y Camboya, Irak, Libia, Afganistán, su complicidad con los asesinos judíos del pueblo palestino apoyados bajo el lema de Séneca «Vivire militare est» (Vivir es hacer la guerra).
Es aplaudible e histórica la respuesta inmediata, cortés y veraz que nuestro presidente con valentía y como voz de la voluntad de un pueblo decidido dio a procónsules y testaferros de no permitir más intervencionismos ni consejos de «amigos» o enemigos gratuitos. Los recaderos de la Unión Europea, Canadá y ministerio de colonias OEA, cuyos súbditos solo hicieron bulto en silencio cómplice, que fue público, tuvieron que marcharse atónitos unos y el resto a seguir durmiendo, sin haber logrado cambiar en un ápice la entereza y decisión que, como voz del pueblo, no de recadero, no habló de democracia, sino de libertad, igualdad y justicia. Así esa memorable noche volvieron a sonar las voces de Martí, Juárez, Bolívar, Morazán, Allende, Guevara y de Monseñor santo Romero confundidas en el ejemplo que sembraba esperanzas. Ningún águila imperial borrará nuestro sueño de cenzontles, café y tortillas compartidos, aunque sus alas oculten el sol de la justicia y el amor.
Todo cambiará y pasará a la historia porque el réquiem del imperio suena ya en la aurora asiática cercana.