Ecuador se encuentra inmerso en una espiral de violencia y criminalidad, y en un afán de obtener resultados positivos vimos como hace unas semanas el presidente Daniel Noboa anunciaba la construcción de cárceles de alta seguridad inspiradas en el Centro para el Confinamiento del Terrorismo (Cecot).
Muchos ciudadanos de ese país, al ver que las bandas criminales tomaban el poder de las calles, las cárceles y que incluso interrumpían la programación de noticieros, pidieron que el Gobierno ecuatoriano impusiera «el método Bukele» para acabar con la delincuencia.
Y es que las políticas de seguridad del presidente Nayib Bukele han sido tan exitosas que son muchos en Latinoamérica, y en otros continentes, los que estudian los programas impulsados en El Salvador para tratar de implementarlos en sus países.
Pero, como dice el presidente Bukele, no se trata de «soplar y hacer botellas». No se trata únicamente de sacar a los reos y «ordenarlos» unos junto a otros con las manos en la cabeza, como hicieron en una de las cárceles amotinadas en Ecuador. En El Salvador, para llegar a eso fue necesario que las autoridades eliminaran las mafias que los anteriores gobiernos de ARENA y del FMLN dejaron dentro de las prisiones y renovaran a los equipos de guardias y custodios, además de que se implementara un sistema basado en el orden y la disciplina, erradicando cualquier privilegio para los criminales, incluyendo el bloqueo de las señales de teléfonos celulares para impedir cualquier tipo de comunicación con el exterior.
Paralelamente, las fuerzas de seguridad pública capturaron a los integrantes y los colaboradores de las pandillas gracias a reformas aprobadas por la Asamblea Legislativa, ejecutadas por la PNC con apoyo del Ejército y cumplidas por el Órgano Judicial. Fue necesaria una transformación integral y radical para iniciar este proceso de transformación. No bastan las buenas intenciones (reales o no), sino tener el valor suficiente para tomar las decisiones políticas necesarias.
Por eso, ante el fracaso de sus intentos de reducir la violencia y el crimen, políticos como Noboa dicen que no seguirán el «modelo Bukele» porque «sí respetan los derechos humanos», lo cual es un sinsentido, porque la prioridad de todo gobernante deben ser el bienestar y los derechos de los ciudadanos honrados, no los privilegios de los delincuentes. Solo encerrando a los pandilleros los salvadoreños ahora disfrutan de los derechos humanos que antes los terroristas les habían arrebatado. En eso se mide el éxito.