Comenzaron por llamarse periodismo investigativo, luego, cuando eso ya no funcionó decidieron autodenominarse periodismo incómodo. Pero la verdad es que no son más que remedo de periodistas que cobran por seguir una agenda dictada por mentes oscuras, las cuales, utilizando medios como esos, serviles e inmorales, pretenden hacer realidad un proyecto perverso llamado globalismo.
Ahora argumentan que son un periodismo perseguido, y para, según ellos, convertir su falsa tesis en algo que se pueda creer uno de esos medios ha optado por autoexiliarse. Pero aquí ningún periodista es perseguido, y si algo los persigue es su propia conciencia que les martilla por dentro recordándoles la sarta de mentiras que inventan para seguir el guion que alguien les dicta, para recibir un salario malhabido y, por ende, no merecido.
Hasta hace poco, cuando se fundaba un periódico se procuraba crear el mejor contenido posible para, de esa manera, vender una buena cantidad de ejemplares y mantenerse siempre en el gusto de los lectores. Ahora no, cualquier persona u organización funda un medio de esa naturaleza, luego es puesta toda la plantilla de periodistas a la orden del mejor postor, el cual, de seguro, tendrá plena libertad de usarlos en lo que mejor le parezca, incluso para inventar o tergiversar información. Es algo así como construir un establo para después ganar plata con la venta del ganado, el cual, desde luego, será ofrecido al que más dinero pague sin importar para qué lo quiera.
Durante su ponencia en el CPAC, el presidente Bukele hizo un llamado, en especial a ese tipo de periodismo, instándole a retomar los principios de la ética y la moralidad que la profesión exige. Y es que él los conoce muy bien, pues es víctima de esa nefasta batería periodística que no para de disparar en su contra.
Le tocó recibir a los esbirros periodistas enviados por «Lo País» desde el otro lado del charco. Estos, como ya es costumbre y en procura de un fin encomendado, traían en su haber preguntas previamente aderezadas con un sutil veneno, las cuales el mandatario supo responder con gran habilidad, mientras les daba una cátedra sobre lo que significa la democracia. Ese periódico, por cierto, ha publicado largas columnas repletas de mentiras acerca de nuestro país, mentiras que escriben y les hacen llegar periodistas farsantes y manipuladores, de los cuales la mayoría es aludida en esta columna.
Un periodista que inventa mentiras en el ejercicio de su profesión no dista en nada de un médico que prometió en su juramento cuidar la vida, pero al mismo tiempo, y en completa contradicción a su propia palabra, trabaja a escondidas en una clínica de abortos. Tampoco dista de un maestro que juró que guiaría, enseñaría y cuidaría de sus alumnos, pero cuando está a solas con las niñas las manosea en claro abuso de su autoridad y aprovechando la ingenuidad o condición indefensa de estas. La verdad es que ningún profesional está exento de ejercer su trabajo sin poner en práctica la ética y la moralidad que para eso se requiere.
En síntesis, el periodismo al que me refiero es ese que se ha desviado de sus preceptos, un periodismo que no se pone al servicio de la verdad, sino a la orden de quien más le ofrece, un periodismo para el cual las políticas del actual Gobierno se han convertido en blanco de sus ataques y contra las cuales, por encargo de sus financistas, arremete de manera virulenta.