El Salvador se convirtió en el primer país de la región en tener las condiciones necesarias para establecer la medida del uso voluntario de la mascarilla. Y no lo dice exclusivamente el Gobierno del presidente Nayib Bukele que ha desempeñado una excelente labor al enfrentar la pandemia de la COVID-19 —desde las medidas iniciales para atrasar la llegada del virus, los cierres preventivos, el apoyo a las familias y las empresas (por medio de subsidios, alimentos y apoyo económico) que debían enfrentar las cuarentenas y los cierres hasta la recuperación y la ampliación de la red pública de hospitales, la negociación para aprovisionarse de suficientes vacunas y el despliegue de una campaña masiva para administrarlas—, sino que los parámetros internacionales de lo más exigentes que lo respaldan.
Así, el país reporta 0.16 % de casos de la COVID-19 por cada 100,000 habitantes, esto cumple los parámetros establecidos por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos. Y por si eso fuera poco, el Hospital El Salvador —especializado en la atención y recuperación de pacientes con coronavirus— reporta 15 pacientes ingresados, lo que equivale a una ocupación de solo el 4 % de las camas. A la capacidad de reacción del Gobierno con respecto a la pandemia, a la red pública del Ministerio de Salud se suma la infraestructura del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS) y el Hospital Militar.
Que el uso de la mascarilla no sea obligatorio no quiere decir que no se pueda utilizar. De hecho, como medida profiláctica sigue siendo recomendable. Su uso trae múltiples beneficios, entre estos, la filtración de aire viciado e impedir el contagio de otras enfermedades. Eso es fácilmente demostrable, pues quienes han utilizado la mascarilla con rigurosidad en los últimos dos años dan fe de la notable disminución de la gripe y otras enfermedades similares gracias a la protección de los también llamados tapabocas.
Esta misma semana, España también dejó como opción el uso de la mascarilla y empezó por la comunidad educativa como forma de premiar a un sector de la sociedad que cumplió de manera ejemplarizante la normativa.
En el país, el anuncio de que la mascarilla deja de ser obligatoria fue dado por el ministro de Salud, en compañía de su homólogo de Educación, para reforzar el mérito de que somos un país con bajo riesgo de contagio, incluso en ambientes en los que conviven muchas personas, como las aulas de escuelas, institutos y universidades.