La sobrecarga de trabajo en los hogares, el aumento de las tasas de violencia doméstica, la merma económica consecuente a las cuarentenas, los vaivenes de los cambios en las medidas sanitarias y la obviada incertidumbre de lo cotidiano constituyen parte de lo que algunos denominan «el gran retroceso» en la búsqueda del ideal de equidad entre hombres y mujeres. Las madres, abuelas, hermanas e hijas se están haciendo más cargo que nunca de lo privado, pero también de lo público.
En 1906, Gabriela Mistral compartía en una columna algo que para algunos puede leerse más como una advertencia que como un anhelo: «Instrúyase a la mujer; no hay nada en ella que le haga ser colocada en un lugar más bajo que el del hombre. Que lleve una dignidad más en el corazón por la vida: la dignidad de ilustración. Que algo más que la virtud le haga acreedora al respeto, la admiración y el amor. Tendréis en el bello sexo instruido menos miserables, menos fanáticas y menos mujeres nulas».
Debe ser un golpe gigante al ego de lo masculino encontrarse con tasas de adhesión y aprobación tan bajas como para que venga una mujer a decirles qué y cómo tienen que hacer algo, y que las personas las escuchen, pero es más consecuencia de atributos que de casualidades.
Lo masculino y lo femenino son más posiciones identitarias que orgánicas; formas profundas de vincularse. ¿Se imaginan una Alemania mejor sin Angela Merkel, una Nueva Zelanda menos agraviada que con Jacinda Ardern o que Dinamarca sea denominada «la excepción europea» sin la gestión de Mette Frederiksen? Por mi parte, no sé si quiero pensar un Chile, en este contexto, sin Alejandra Matus, Patricia Muñoz e Izkia Siches.
Y es que si bien en Chile la principal figura política institucional es el presidente de la república, Sebastián Piñera, es innegable que la conducción política fue abandonada en aras de su supervivencia económica el 18 de octubre de 2019. En ese abandono es que estas tres mujeres se han abierto un espacio y se han hecho cargo de un país sufriente, pero (aún) esperanzado.
La primera ha puesto en jaque al Gobierno chileno en materia de transparencia en dos oportunidades: (1) develando diferencias más que significativas en los fallecimientos por la COVID-19 informados en el país y (2) evidenciando posibles conflictos de interés del presidente «abdicado» en lo que se ha llamado popularmente el «enjoy de silence» (por el silencio casi sepulcral en torno al tema por parte de la prensa nacional); la segunda, haciendo una defensa irrestricta por los derechos de niños, niñas y adolescentes en el contexto de un estallido social que no ha cesado, y la tercera ha colaborado y se ha enfrentado con el Gobierno en la búsqueda de directrices sanitarias pertinentes y eficaces, ejerciendo un liderazgo que ha calado en la población.
Mistral finaliza con un «Honor a los representantes del pueblo que en sus programas de trabajo por él incluyan la instrucción a la mujer; a ellos que proponen luchar por su engrandecimiento, ¡éxito y victoria!». Siendo sinceros, yo creo que se van a pensar dos veces las voluntades en dicha línea, por ello es que tenemos que estar atentos y seguir apoyando a quienes demuestran liderazgos fuertes y constructivos.