Reza una erótica frase de una serie colombiana que sin tetas no hay paraíso, y yo añadiría que el fútbol sin gol carece de «orgasmo». Y ese es un placer que por ahora la Selecta no ha podido ofrecer en lo que va del octogonal eliminatorio rumbo a Catar 2021.
Los pupilos del profesor Hugo Pérez cerraron 0-0 ante Estados Unidos, igual marcador con Honduras, recibieron 3-0 ante Canadá y, más reciente, en amistoso, perdieron 2-0 ante Guatemala, que está lejos de la competencia oficial.
La falta de gol no es un mal nuevo, ha sido la eterna queja de la hinchada de la Azul en diferentes procesos eliminatorios, torneos oficiales y amistosos, pero en los últimos tiempos la ausencia es mucho más marcada, pero no solo de dianas, sino también de quienes las hagan.
Desde Raúl Ignacio Díaz Arce, los centrodelanteros salvadoreños con alguna notoriedad podrían contarse con los dedos de una sola mano: Rudis Corrales, Alexánder «Murciélago» Campos, Álex «Paleta» Erazo, ya retirados; y Fito Zelaya, Nelson Bonilla y David Rugama, que son los últimos a quienes todavía les queda algún kilometraje.
La falta de gol y la carencia de romperredes no es nueva y tampoco es culpa del actual cuerpo técnico y e incluso jugadores nacidos en suelo cuscatleco tienen poca responsabilidad en este tema. El problema descansa en que no existen fábricas de centrodelanteros y quienes empíricamente se entusiasmaban por jugar en esa posición también están desapareciendo y con justa razón.
El problema del gol en el país radica en que los dueños y directivos de los equipos en las ligas profesionales y particularmente en la primera; lejos de abrir fábricas para tallar a jugadores con instinto de matador de área, se acostumbraron únicamente a importar el gol y poco a poco les fueron cerrando los espacios o se los cierran a quienes muestran vocación.
Para corroborar los hechos, basta con peinar las zonas ofensivas de los 12 equipos que compiten en la liga de privilegio para darnos cuenta de que están plagadas de extranjeros: colombianos, paraguayos y uno que otro brasileño o caribeño.
La ofensiva del Alianza, por ejemplo, con Fito Zelaya ausente de su mejor nivel desde hace varios torneos, descansa en el colombiano Duvier Riascos y en gran parte en Michell Mercado. Si se observa el FAS, el punto de lanza es el colombiano Luis Peralta, y en Platense, Juan Camilo Delgado, acompañado por el paraguayo Javier Lezcano.
Si revisamos al Águila la batuta la lleva el brasileño Lucas Ventura y por años el referente fue el panameño Nicolás Muñoz. En 11 Deportivo la apuesta es también el cafetero Édgar Medrano y Craig Foster. El Limeño tiene a William Palacios y el Firpo, a Jomal Williams y a Wesley da Silva.
El veneno en los alacranes de Chalatenango lo ponen Bladimir Díaz y Kemal Malcolm, y en Jocoro, Jhon Machado.
De ahí que, entre este mar de piernas extranjeras, jugadores nacionales como Luis Canales, en Firpo; Styven Vásquez, en Águila, y Santos Guzmán, en Jocoro, apenas y se abren espacios para tener minutos y encontrarse con el gol.
Sin los suficientes minutos para jugar y todo un ejército de extranjeros llegando cada torneo para reforzar las líneas de ataque en los equipos salvadoreños, qué jugador con vocación de delantero querrá apostar por esa posición que sabe que tendrá poco chance. Ahí radica el problema, en que no hay oportunidad, y los muchachos nacionales están optando por buscar la oportunidad en otros puestos.
¿Para cuándo el gol? Es una interrogante que seguramente quedará sin respuesta si las personas que dirigen el fútbol no apuestan por los jóvenes nacionales con vocación de delantero y si no se crean escuelas donde se les enseñe a definir para evitar que los extranjeros nos sigan vendiendo espejitos disfrazados de gol.