El filósofo italiano Antonio Gramsci definía la crisis política como el momento en que lo viejo aún no muere y lo nuevo aún no nace. Es entonces cuando se desatan los monstruos y se muestran al descubierto en toda su crudeza, agregaba Gramsci.
En el 2000, en El Salvador, la UCA inició un ciclo de encuestas anuales para medir la opinión pública sobre las instituciones. En las gráficas sucesivas de esa medición se puede observar con claridad cómo, año tras año, el aumento de la desconfianza y la desaprobación de los ciudadanos hacia las instituciones era generalizado y constante.
Ya hacia 2016, prácticamente todas las instituciones nacionales resultaban desaprobadas, y las peor evaluadas eran los partidos políticos, la Asamblea Legislativa, la ANEP y la CSJ, entre otras.
A esas alturas justamente ya los monstruos de la corrupción y de la criminalidad masiva se habían entronizado con plenitud en el país y se habían coludido en siniestros pactos de protección mutua que solo victimizaban a la ciudadanía.
Para cualquier observador atento era obvio que el sistema en su conjunto se había agotado y que habíamos llegado a ese momento histórico excepcional en el que «los de arriba ya no pueden y los de abajo ya no quieren».
A pesar de ese evidente agotamiento sistémico, lo viejo aún no moría y lo nuevo aún no nacía. Pero faltaba muy poco.
Efectivamente, 2017 se convirtió en el año del quiebre histórico, cuando un joven líder, hostilizado y expulsado por el sistema, anunció su decisión de enfrentarlo y manifestó su inquebrantable convicción de que lo vencería.
Ese joven tenía muy claro que nosotros, el pueblo, éramos una mayoría dispersa bajo el acoso y el abuso de una minoría organizada. Creímos en su palabra y decidimos acompañarlo en su esfuerzo.
Nunca la línea divisoria entre ellos, la élite, y nosotros, el pueblo, había sido tan clara y precisa a lo largo de toda nuestra historia. De un lado, el agrupamiento de toda la decadencia corrupta y criminal; del otro lado, la cohesión de toda la fuerza de la decencia. El resultado de esa batalla era completamente predecible.
Y así mismo fue.
El primer golpe efectivo fue el 3 de febrero de 2019 (el pueblo gana el Poder Ejecutivo); el segundo golpe decisivo fue el 28 de febrero de 2021 (el pueblo conquista la mayoría calificada en el Poder Legislativo); el tercer golpe, ya definitivo, será en febrero y marzo de 2024.
El Salvador ya es un país nuevo y su decisión de avanzar, sin ninguna posibilidad de retroceso, es irrevocable.