Corría 2001 cuando Teófilo Reyes Chavarría caminaba por las riberas del río Tomayate, en Apopa, haciendo uno de sus pasatiempos: cazar iguanas. Siguiéndole la pista a un reptil llegó al área conocida como barranco, una pared de 13 metros que empezó a escalar cuando vio una pieza extraña. Se acercó, y al escarbar levemente se dio cuenta de que lo encontrado era algo importante para los estudios de Paleontología.
No era un fósil común. Era el molar más grande descubierto en el país y el inicio del mayor yacimiento paleontológico de toda Centroamérica.
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