Hace un año, nos encontrábamos en una cuarentena obligatoria dictada por las autoridades de nuestro Gobierno, cuyo objetivo fue evitar las aglomeraciones de personas y, así, frenar con mayor efectividad el contagio de la COVID-19, pandemia que aún vivimos. A raíz de ello, todos pudiéramos decir que hemos perdido algo independientemente de nuestra residencia o nacionalidad en el mundo.
En un inicio pareciera que nuestra libertad ambulatoria era amenazada, limitada, restringida temporalmente por un régimen de excepción constitucional. Luego dichas restricciones se ampliaron con una serie de decretos ejecutivos, que posteriormente fueron declarados inconstitucionales por la antigua Sala de lo Constitucional de la honorable Corte Suprema de Justicia de El Salvador.
Posteriormente, pérdidas económicas, quizás una pérdida laboral, pérdida de un emprendimiento, pérdida de un negocio pequeño o incluso pérdidas de empresas grandes con largas trayectorias en el mercado salvadoreño.
Continuaban las pérdidas personales, humanas, de conocidos, vecinos, amigos y tristemente hasta miembros de nuestra familia; pérdidas irreparables. Definitivamente, la pandemia nos ha venido a cambiar para siempre.
Lo único seguro en esta vida —como dicen— es el cambio, el pago de impuestos y la muerte.
Como hombres y mujeres debemos saber que el cambio siempre vendrá, para bien o para mal. Como salvadoreños, todos pagamos impuestos, aunque sea indirectamente al momento de comprar un producto o adquirir un servicio. Como seres humanos, bien sabemos que la ley natural es que algún día nos iremos de esta tierra y falleceremos.
Pero durante la cuarentena obligatoria y durante la pandemia que todavía vivimos: ¿todo ha sido una pérdida total?, ¿todo ha sido un fracaso?, ¿qué hemos logrado?, ¿qué hemos aprendido?, ¿qué hemos ganado?
Por supuesto que no hay una sola respuesta válida y cada persona bajo las circunstancias podrá contestarse estas preguntas. Pero, en general, extrayendo lo positivo de toda situación negativa, me atreveré a compartirles objetivamente mis pensamientos, opinar y contestar cada incógnita esperando coincidir con las experiencias y respuestas del lector.
Hemos ganado tiempo, hemos aprendido lecciones de vida, hemos logrado crecer y madurar. Profundizando: ganamos tiempo en familia, aprendimos a valorar hasta las cosas más pequeñas y hemos logrado madurar aprovechando las segundas oportunidades en nuestro entorno personal, familiar y profesional. ¿Respuesta definitiva? En muchas ocasiones se necesita la tristeza para saber qué es la felicidad, el ruido para apreciar el silencio y la ausencia para valorar la presencia. Ha sido el amor en tiempos de pandemia el que ha unido a la humanidad y nos ha permitido sobrevivir. Aunque en un inicio no lo veamos o no lo identifiquemos de inmediato, ha sido el único motivo por el cual seguimos hacia adelante en nuestras relaciones personales, familiares, profesionales y con nuestras vidas. La práctica de la esperanza, de la fe junto con el amor en todos sus sentidos, nos ha brindado la fuerza necesaria para seguir esta lucha.
Por ello sé que hemos ganado, hemos aprendido, hemos crecido, nos hemos innovado, hemos madurado; pero también es necesario e importante mencionar con toda seguridad que los salvadoreños y el mundo entero ya logramos ser vacunados en su totalidad contra el virus, no con AstraZeneca, Pfizer, Sinovac, Moderna o Johnson & Johnson, sino con una extradosis de amor.