Al día siguiente tomó las llaves de un viejo Willys todoterreno y se dirigió a la civilización. Vestía un jean desgastado, botas y una chamarra para el frío, pero en su viejo maletín negro llevaba el traje de monja, que sería el elemento extra para generar mucho más morbo y vender su virginidad.
Largas horas de desvelo le dejaron claro que la mejor forma para lanzar el anzuelo era por medio de una cuenta emergente de Facebook. Se registró en una casa de posada y se fue a un cibercafé, y por la tarde ya navegaba en las redes sociales. Una foto con su hábito puesto y enseñando sugerentemente una pierna invitaban a enviar solicitud de amigos. En una semana tenía 500 seguidores. Jóvenes y hombres maduros se deshacían en elogios, algunos pasados de tono y sugerentes.
Su primera publicación inundó las redes y fue ampliamente compartida.
—Amigos, he decidido subastar mi virginidad en $10,000. ¿Alguien se anota? Propuestas serias. Por favor escríbeme inbox.
A la mañana siguiente tenía un mar de mensajes. Algunos obviamente no merecían importancia, pero encontró dos que particularmente le llamaron la atención. Uno era de un reconocido hacendado de Chiapas y otro de un reconocido político vinculado con actividades sucias.
—¿Dónde nos vemos? Tengo listo el cheque y un caballo fino como obsequio si realmente estás virgen—, le escribió el hacendado.
—Pago doble si tenemos sexo sin preservativos y vestida de monja—, propuso el mafioso político.
Fue a este último al que sor Rosario, contraentrega, decidió dar su sello. Se vieron en un rancho de la zona y pasó lo que tenía que pasar. Con $10,000 en el bolsillo, la «monja» compró medicinas y alimentos y se marchó a la selva. Sor Rosario no disfrutó de la intimidad con aquel hombre, refinado, flaco y paliducho, pero por las dudas no dejó de tomar su número telefónico.
Una tarde, Rosario volvió de compras al pueblo y se encontró con Camilo, así se llamaba el político, y, por supuesto, se citaron para un café y charlar un rato. Camilo era un político reconocido en el pueblo, llegó al poder promoviendo leyes favorables a transexuales, prostitutas y gays. Era muy conocido entre ellos, aunque nunca estuvo en duda su hombría.
Aquella tarde, Camilo le propuso a Rosario ganar dinero fácil. Le dio una lista con cinco nombres y afirmó que le pagaría $5,000 por cada una de esas conquistas. La propuesta en concreto era que los llevara a la cama y que, al igual que con él, debería conseguir que tuvieran sexo sin preservativo.
El listado lo encabezaban el alcalde de la ciudad, el gobernador del Estado, un empresario televisivo y un candidato a diputado. Antes de darle los pormenores a sor Rosario, Camilo ya había explorado el terreno y tejido la estrategia a seguir. La invitó a una fiesta privada por su cumpleaños y la religiosa se presentó para participar en una orgía. Para evitar sospechas y desconfianzas, fue el primero… y así fueron pasando uno a uno.
El alcalde, don Sebastián, era un tipo bigotón, de barriga pronunciada, y como hacendado le gustaba mucho vestir con sombrero, botas y pantalón vaquero. Tenía una voz fuerte, como capataz, pero en el fondo su único pecado era su interés por la belleza femenina.
El gobernador se llamaba Vicente, era un tipo bastante agradable, de mirada alegre y muy servicial. Siempre ayudaba a la comunidad y eso le traía problemas con sus contrincantes, quienes sea como sea querían sacarlo del camino, aún los de su mismo partido.
El empresario era un viejo cascarrabias. A decir verdad, no estaba tan avanzado de edad, pero quizá por sus obligaciones y el poder que había acumulado al frente de la televisora tenía aires de altivo, muy serio y bastante pedante en el trato a las personas. Claro, don Lorenzo también tenía sus debilidades, frecuentaba casinos caros, era amante del buen vino y de las mujeres, y no pudo escapar del anzuelo.
La lista la completó Carlos, un joven de buena familia, pero muy ambicioso y con altas aspiraciones políticas. No tenía por qué quedarse afuera de aquella curiosa orgía.
Esa noche, además del cheque por $25,000 que le entregó Camilo, sor Rosario también consiguió una buena propina con los otros cinco invitados. Después de esa noche agitada, a la «religiosa» no se le volvió a ver por el pueblo hasta cinco años más tarde. Ahí se enteró de que Camilo había muerto de sida dos años atrás; que el gobernador tenía la misma enfermedad y por su avanzada edad estaba en cama; que el resto de hombres con los que estuvo aquella noche también tenían sentencia de muerte, y que el que fue aspirante a diputado la buscaba para matarla.
Volvió pronto a la selva y, cuando se percató de que los síntomas de la enfermedad hacían acto de presencia en su escultural cuerpo, agarró su vieja mochila y se marchó hacia Veracruz. Ahí alquiló un cuarto en un mesón hasta que le llegó el momento de internarse en un hospital de la red pública, donde murió a los 30 años.
Eso era lo que en resumidas cuentas contenía su viejo diario. Sin quererlo se volvió un ángel sicario.
—Sé que Dios me juzgará allá, pero también ustedes pueden condenarme o liberar mi alma de esa pena moral. Allá nos vemos—, se leía en el último párrafo del diario de sor Rosario.