«Armageddon» es un término hebreo utilizado en las Sagradas Escrituras para describir el evento en el que se unen todas las potencias políticas para enfrentar a Dios. Pero también se emplea para describir un grave e importante problema en el mundo o en una nación, en particular.
Las guerras para tener la supremacía y el control de todo son comunes desde tiempos antiguos. La geopolítica ha estado siempre a la orden del día.
El Salvador no ha escapado de esos vaivenes. La lucha por el poder ha causado tanto luto, dolor y miseria, sin que esto les haya importado alguna vez a los que han movido los hilos de lo que siempre fue su marioneta: el sistema.
Engolosinados, a lo largo de la historia, los poderosos maniataron el Estado, colocaron a sus partidos políticos al frente de sus ambiciones, sin importarles los colores: verde, azul, tricolor o rojo.
Personajes nefastos, cumpliendo sus objetivos, han desfilado por la pasarela de la historia reciente salvadoreña. Areneros, efemelenistas y Párker han sido los más rastreros serviles de los poderes fácticos.
Sin embargo, la factura se les pasó. Uno a uno, estos partidos políticos fueron cayendo y no volvieron a levantarse. Pero siempre se las han ingeniado para seguir sirviendo a sus patrones y dañando a las familias salvadoreñas.
En este afán, los tricolores son los que más han luchado en su agonía por permanecer a los pies de los poderosos, a pesar de las ocho elecciones que adornan su podio de derrotas.
Los areneros creyeron que su barco era inquebrantable ante la inutilidad de los rojos, quienes preferían seguir siendo una falsa oposición.
Muchos profesionales que con sinceridad abrazaron los principios del partido, poco a poco, se están dado cuenta de que todo fue ilusionismo. Y cada día somos testigos de cómo abandonan el Titanic tricolor, que alcanza ya las profundidades del abismo.
Diputados y exdiputados, alcaldes y exalcaldes, concejales y exconcejales, líderes comunitarios, entre otros, abandonan las filas del instituto político que solo los utilizó para el beneficio de los poderosos. No les importa si ya no pueden aspirar a cargos públicos en la siguiente contienda electoral. Es más grande su desilusión y cólera.
Y ahora que respiran aire nuevo, se dan cuenta de que tomaron la mejor decisión, y ven con claridad la conflagración de todos los que componen el sistema corrupto para recuperar el poder.
Son muchos los que se han unido al grito de guerra. Desde trincheras diferentes, pero con el mismo objetivo, lanzan sus bestiales ataques. Las chequeras de los poderosos han comprado la frágil voluntad de medios de comunicación, periodistas, ONG, políticos rastreros, loqueros, magistrados, jueces y todo tipo de personaje arribista, con el fin de derribar el Gobierno del presidente Nayib Bukele, elegido democráticamente.
No soportan que haya un Gobierno por y para el pueblo. No soportan que un presidente «ya no sea su gerente de la finca».
Es un momento crucial en la historia de El Salvador. Los que siempre estuvieron ocultos moviendo los destinos del país han mostrado sus rostros, y utilizan a sus serviles para regresar al sistema nefasto en el que cómodamente se mecían en sus ranchos de playa y sangraban la nación. Mientras la comunidad internacional aplaude y los apoya.
La gran batalla está servida en la mesa de los poderosos para recuperar los privilegios de unos pocos, y seguir sometiendo a todos los salvadoreños a la inseguridad, a la miseria, al subdesarrollo.
Los salvadoreños vivimos nuestro armageddon.