Estamos viviendo todo lo que en algún momento se consideró irreal. Hace muchos años era común en nuestro país ver por la calle teléfonos públicos de monedas y cable metálico; en las casas no faltaban las radios, aparatos con una perilla para sintonizar, se movía la antena para lograr escuchar con claridad; la televisión era algo bastante grande y pesado, también contaba con perillas y antena para ajustar la señal y ver los programas lo mejor posible en escala de grises.
En esa época se tenía una gran cantidad de libros en casa para hacer tareas, específicamente enciclopedias en tomos. Cada tomo era específico para una rama de la ciencia, como química, física, matemática, literatura y muchas otras. Cada tomo tenía unas 500 páginas.
Los juguetes eran menos elaborados, más artesanales; estaban los trompos, los yoyos, los capiruchos, todos de madera. Con bolsas plásticas y ramas de algunas plantas se hacían piscuchas, los niños jugaban con chibolas, dibujaban peregrinas en el piso, saltaban la cuerda; había un entorno sumamente diferente.
En las familias la disciplina con los niños era con castigos físicos, castigos que algunos recordamos a la fecha con cierto orgullo y otros con algo de rencor. Este tipo de disciplina era algo cultural porque así funcionó con los abuelos; entonces, tenía que funcionar con los nietos. Las décadas de los setenta, ochenta e inicios de los noventa han quedado bastante atrás, y esas costumbres ya están perdiendo efectividad en esta época.
Ahora tenemos pantallas planas e inteligentes. Los teléfonos son multifuncionales, se pueden llevar en los bolsillos y carteras. Hacemos videollamadas, escuchamos música en línea, vemos películas en plataformas virtuales, nos entretenemos con videojuegos, tomamos fotografías, grabamos videos y navegamos en internet para encontrar cualquier tipo de información que necesitemos. Todo ha evolucionado.
Quiero retomar una frase que me compartieron hace unos meses: «No eduques a tus hijos como te educaron a ti, porque los preparas para un mundo que ya no existe».
Mi intención es brindar una herramienta y cada uno debe comprobar si le beneficia con sus hijos. Es la técnica de la economía de fichas. Se basa en el concepto del reforzamiento, propio del condicionamiento operante de Burrhus Frederic Skinner, psicólogo estadounidense que estudió la conducta mediante técnicas de refuerzo. Será necesario prestarles mucha atención a nuestros hijos y observar sus gustos y aficiones. Para establecer reglas en casa necesitaremos escribirlas como proposiciones y evitaremos la palabra no. Tendremos que permitirles a nuestros hijos participar en esta redacción para que estén escritas con palabras sencillas y comprensibles; elaborar un cuadro de registro diario con el cumplimiento del comportamiento o tareas esperadas. Se debe decorar de acuerdo con los gustos y aficiones de nuestros hijos para volverlo atractivo. Las recompensas se asignan de acuerdo con lo negociado entre padres e hijos con una cantidad de fichas acordadas. Esto debe ser después de una cantidad prudente de días. El incumplimiento que exceda lo razonable también genera una restricción o disminución de privilegios.
Esta es una alternativa que considero puede ser benéfica en muchos aspectos, puede incrementar la armonía en el núcleo familiar, mejorar el rendimiento escolar en los niños, estimular positivamente las conductas esperadas. Nuestra sociedad necesita disminuir las emociones negativas y las conductas desfavorables. Empecemos en casa con las personas que más amamos: nuestros hijos.