Todos vimos la cadena nacional de televisión en la que el presidente Bukele leyó y explicó los 16 artículos de la Ley Bitcóin, y dio a conocer el nombre de la billetera electrónica que usaremos: Chivo, con un aporte estatal de $30 en BTC. Ahí se guardarán para su uso los BTC.
Cada transacción de BTC se verá reflejada en mi Chivo, pero debe también propagarse a los demás miembros de la red entera para que todos tengan la contabilidad actualizada. Se agrupan las transacciones en bloques electrónicos y consensuar qué registro será válido no es fácil.
Con la criptografía se crea un algoritmo seguro (por ejemplo, el SHA-256), codificando el bloque con las transacciones en una secuencia de datos de números y letras aleatorias de 256 bits de longitud. Si altero maliciosamente la información codificada, cambia la secuencia original del bloque y no se podría validar dentro de la contabilidad general de los nodos, ya que cada bloque agregado a la cadena de registros tiene información del bloque anterior y eso lo hace imposible de falsear. Eso se llama minería de datos por medio de la cadena de bloques, el «blockchain» (BCH).
El uso de BCH es la siguiente revolución tecnológica comparable con la llegada de internet, la nueva internet del valor que reta el control que tienen los grandes como Google, Amazon, Facebook. Las plataformas de BCH nos traen el protocolo que faltaba para poder transmitir valor por internet.
Hoy en día los intermediarios de bienes y servicios, como los bancos financieros —por ejemplo—, que nos permiten mover dinero de una cuenta a otra, son susceptibles de adaptarse a las finanzas descentralizadas utilizando los BCH, donde la misma plataforma otorga mayor seguridad y confianza que los intermediarios actuales.
Leí el caso de un español que compró casa desde el extranjero lidiando con el sistema bancario tradicional, un proceso repleto de incomodidades, tiempo perdido y gastos exorbitantes en comisiones.
Si transfiero de forma tradicional dinero a mi hijo, el banco verifica que hay dinero en mi cuenta, y que la operación cumple los parámetros requeridos, haciendo efectiva la transferencia, actualiza el saldo y carga la comisión, quedando anotado en un «libro de transacciones» que resguarda solo el banco. Puedo ver mis movimientos bancarios, pero no los del resto.
En cambio con BTC y «blockchain», el libro de transacciones está encriptado, es público y cada nodo de la red debe tener una copia exacta y actualizada del libro previamente validado. Dicho libro no tiene nombres, sino la clave criptográfica de 256 bits, es decir, 256 combinaciones que «adivinar», que llevaría millones de años en probar el número dos elevado a las 256 combinaciones con la computadora más potente del mundo, consumiendo la energía de 590 trillones de soles.
El sistema de pago con BTC ya funciona en la playa El Zonte, permitiendo que la transferencia de dinero sea más fácil, inmediata, segura y barata.
Entramos en El Salvador a la era de la criptoeconomía, avanzando de la internet de la información a la internet del valor. Ese potencial disruptivo, es decir, esa renovación radical que trae consigo transformará las economías del futuro. Todos debemos adaptarnos al uso de monedas digitales.