¿Cómo es que habiendo tenido a tu favor todo el poder económico, político, institucional, mediático y prácticamente a toda la comunidad internacional de tu lado fuiste perdiendo batalla tras batalla y terminaste perdiendo la guerra, totalmente desorientado y sin comprender en absoluto qué fue lo que ocurrió?
A ver, intentaré explicártelo de la manera más sencilla, casi con dibujitos, aunque sin muchas esperanzas de que aun así lo entiendas.
El candidato Bill Clinton no las tenía todas consigo, sus números iniciales no eran muy alentadores. El estratega encargado de su campaña consideró la situación, estudió detenidamente cada una de las variables del problema y finalmente llegó a una conclusión brillante: es la economía, estúpido.
Escribió esa frase en un cartelito que puso en la pared frente a su escritorio con el objetivo de no olvidar en ningún momento que ese tema, el económico, debía regir y condicionar todo el discurso electoral de Clinton. Y la victoria llegó, naturalmente.
Eso fue así porque en aquella realidad particular, en la que demócratas y republicanos mantienen un casi permanente empate técnico en cuanto a la correlación de fuerza, cualquier detalle puede resultar decisivo en el desenlace de la competencia.
Aquí la cosa era bien distinta: ARENA, FMLN y todos los demás partidos, junto con todos los poderes formales y fácticos, conformaron un solo bloque contra un adversario que partía literalmente de cero en términos de poder, organización y financiamiento. Y entonces de nuevo la pregunta: ¿cómo es que te ganó cada una de las batallas y finalmente la guerra?
Has buscado en vano la explicación entre tus encumbrados intelectuales orgánicos, pero todos te fallaron. Ellos sopesaron cada una de tus evidentes ventajas y concluyeron que tu derrota era imposible. Pero perdiste, y además perdiste aparatosamente.
El problema en realidad era muy sencillo y no podía resolverse con ninguna de tus grandes ventajas: «is the pipol, stupid». La gente ya no te quería y había pasado del desencanto y la frustración al odio hacia todo lo que tú representabas.
Lo que ni tú ni tus intelectuales orgánicos entendieron entonces, ni entienden ahora, es lo más básico: política es representación de interés, y tú solo representas los intereses de una élite voraz muy poderosa, sí, pero tan minúscula que está por debajo del 3 %.
Ya no tendrás ninguna posibilidad de reconstituirte, y mucho menos con esa fatal estrategia de recombinar los mismos factores rechazados una y otra vez por el pueblo. El 97 % está ahora más cohesionado, claro y entusiasmado con sus victorias consecutivas, su excepcional liderazgo y su acelerado y consistente camino hacia el desarrollo.
Te doy un consejo que, si bien no es ninguna solución, al menos podrá disipar un poco las grises brumas de tu cerebro: escribe un cartelito con la frase «Is the pipol, stupid», pégalo en la pared frente a tu escritorio, míralo sin cesar horas y horas y repítete esa frase a ti mismo como un mantra.