Cuando se conoció que el virus de la COVID-19 se propagaba en países de Asia y Europa de forma acelerada, el presidente Nayib Bukele reunió a su gabinete de Gobierno para evaluar la situación y tomar medidas con anticipación.
Él sabía muy bien que era imposible que el virus no llegara a El Salvador, por lo que sus acciones se encaminaron a contener y retardar su llegada, a contar con los medicamentos necesarios, a asegurarse de que toda la red hospitalaria estuviera en condiciones para atender casos de contagio.
Algunas de las acciones fueron blanco de críticas despiadadas por parte de los partidos políticos que estuvieron en el poder. Mientras el presidente Bukele luchaba por salvaguardar la vida y la salud de las familias salvadoreñas, los políticos de ARENA, FMLN y el pedecista Rodolfo Parker se empecinaron en proteger solo las economías de sus patrocinadores, por lo que se opusieron —desde la Asamblea Legislativa que controlaban— a toda acción que incluía el cierre del aeropuerto, de algunas actividades comerciales y establecer cercos sanitarios.
Esa oposición ciega y absurda puede ser calificada como asesina, porque por proteger sus intereses no les importó la vida ni la salud del pueblo. Hubo un personaje que dijo que la COVID-19 era «una simple gripita», y otro aseguró que bastaba con poner un hospital carpa.
Incluso, los salvadoreños recuerdan muy bien que estos partidos políticos se negaron a apoyar la compra de medicamentos, de vacunas, la construcción del Hospital El Salvador, la reconstrucción de hospitales, que el Gobierno entregara $300 por familia y paquetes PES; es más, se apresuraron a dar sus votos para que, por medio de la Corte Suprema de Justicia, se obligara a los miembros de la Fuerza Armada a que no ayudaran a repartir los paquetes alimentarios, so pena de cárcel.
¿Por qué estas acciones contra la salud y la vida de más de 6 millones de salvadoreños nunca fueron condenadas por la comunidad internacional ni por instituciones de derechos humanos y democráticos nacionales y extranjeras?
Al final, las acciones valientes tomadas por el presidente Bukele fueron certeras y reconocidas a escala mundial por países que realmente reconocen lo bueno. Se salvaron miles de vidas. Las mismas encuestas locales y foráneas dan fe del apoyo de todo un país. Por ello, no sorprende que el 97 % de los salvadoreños esté con nuestro mandatario.
Claro, las reacciones de todos los que conforman la oposición serían viscerales al punto de emular acciones de guerra fría, buscando influir en lo que puedan para lograr sus perversos objetivos. Financistas para eso no les faltan y tampoco quienes los oigan.
El presidente Bukele logró obtener la mayor cantidad de vacunas anti-COVID a tiempo, lo que ha permitido tener las suficientes dosis para completar cuadros de cuatro aplicaciones.
Si todos los salvadoreños, conscientes, hubieran seguido al pie de la letra las indicaciones para vencer el virus, nuestro país estaría en otra situación sanitaria. El Gobierno ha hecho todo lo que ha estado a su alcance para mantener controlado el virus, pero ¿qué hacer con tantas personas que no quisieron aplicarse ni una dosis porque les metieron miedo apocalíptico, porque estaba en contra de ciertas creencias religiosas? ¿Qué se puede hacer con aquellos que se negaron a ponerse las vacunas porque simplemente no quisieron o no creyeron que el virus era mortal? ¿Qué hacer con aquellos que creen que con solo una dosis o dos ya están a salvo?
Por medio del Ministerio de Salud, el gobierno está insistentemente haciendo llamados a completar las cuatro dosis. Debemos acudir a los centros de vacunación para protegernos, para proteger a nuestras familias, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. La responsabilidad es también de cada uno. Hay que seguir aplicando las medidas sanitarias voluntariamente.
Dios proteja la verdad y la salud de nuestro pueblo.