Independientemente de tendencias políticas, siempre después de un evento eleccionario, como el celebrado el pasado 28 de febrero para elegir concejos municipales y diputados de la Asamblea Legislativa y del Parlacen, quedan en el ambiente emociones encontradas, controversias, criterios opuestos, reclamos airados y, aunque en menor grado, enemistades o distanciamiento entre otrora buenos parientes, amigos y compañeros.
Es comprensible el regocijo y la celebración de los triunfadores; en este caso, el partido Nuevas Ideas (NI), magna expresión de la conciencia popular. Comprensible también es la frustración de los perdedores, pero inaceptable que —en aras de justificar la derrota— se esgriman argumentos y señalamientos falsos para eludir responsabilidades. Fue una derrota anunciada desde elecciones anteriores, pero las cúpulas de los dos partidos mayoritarios (ARENA y FMLN), con evidente desdén y sobrada arrogancia, ignoraron los avisos fatales de las encuestas, de analistas serios y de hasta sus mismos correligionarios.
Ninguna o poca responsabilidad, entonces, de los mandos intermedios, de los dirigentes parciales y de los seguidores en general por una mala conducción partidaria. Ellos hicieron su trabajo, por lealtad a su partido o por algún compromiso, pero lo hicieron. Fue la mala conducción de los altos dirigentes la que condujo a la caída paulatina de los partidos tradicionales, ahora reducidos a su mínima expresión en diputados y concejos municipales.
Tarde reconocen algunas fallas, tales como —la principal— el distanciamiento evidente de la población a la que decían representar, desoír a sus dirigentes capaces en cuanto a no ser una «oposición destructiva», obstaculizar por capricho anti-Bukele programas que favorecían a la población, crear comisiones especiales en la Asamblea únicamente para entorpecer el trabajo individual y colectivo de los ministros (no se necesita conocer mucho el sistema parlamentario para saber que las comisiones especiales son eso: comisiones especiales; no simple y choteado capricho inquisidor y revanchista), también las injustas y tendenciosas interpelaciones a algunos ministros… y muchos desaguisados más.
Todo eso golpeó y ofendió la conciencia popular, que al final se la cobró de manera inobjetable, votando masivamente. La hipocresía disfrazada de demagogia se reflejó en todas las promesas incumplidas y en el abuso de las prebendas y los privilegios que dan los cargos públicos, cuando quienes los ejercen son adictos al abuso y a la corrupción. No todos, porque que hay diputados capaces y honrados los hay, pero contados con los dedos de las manos sobran dedos.
Ahora, entre otras justificaciones, se culpa al Fodes, que no está instituido para salarios ni propaganda, pero no, lo cierto es que la decisión del pueblo estaba tomada desde mucho antes y se ignoró. En cambio, no se mencionan las fallas descritas y, especialmente, la pérdida de confianza de los electores ante la unión de las dos fuerzas históricamente antagónicas (ARENA-FMLN), que juntas propician la aritmética legislativa para obstaculizar proyectos. Y es casi seguro que ambos partidos perdieron muchos votos en rechazo a esa antihistórica alianza.
Sin embargo, al final de la jornada, todavía sorprende oír, de quienes aún no asimilan la derrota, el presagio fatalista de que, a partir de mayo, habrá una perjudicial aplanadora legislativa de NI, sin pesos ni contrapesos, pero ¿acaso no es eso lo que ha habido y hay en la Asamblea en esa alianza, irrompible e insuperable, entre los dos partidos mayoritarios?
La suerte está echada, y en aras de fortalecer el proceso democrático, toca a los que salen a aceptar, sin revanchismo ni rencores, la constitucional alternancia en el Poder Legislativo, y a los nuevos representantes asumir con sabiduría el saber corresponder a la confianza del soberano, trabajando con honestidad, solvencia y capacidad para bien del país.