Desde el Ágora de Atenas, el odio hacia el gobierno de turno siempre ha existido. Si bien es cierto, la oposición es necesaria para el correcto funcionamiento de la democracia, en nuestro país es cuestionable cuando dicha oposición, llámese izquierda o derecha, ya estuvo en el poder y fue su gestión la que la autodesacreditó y la llevó a la casi extinción en la actual coyuntura política.
Existe una máxima en nuestra historia democrática «partido que deja el poder, no regresa a él». Cítese con esto al PCN, PDC, ARENA y al FMLN como los más recientes. Esta dicotomía en la búsqueda de la obtención del poder, tanto del Ejecutivo como del Legislativo, ha tenido variantes en la historia. Izquierda en contraposición de la derecha, lo mismo el liberalismo al conservadurismo, comunismo o socialismo en contra del capitalismo. Sin dejar a un lado, la injerencia desde la justa económica que impere a escala global, como la existente en este momento entre EE. UU. y China.
El fracaso del socialismo del siglo XXI en Latinoamérica, abanderado por la Venezuela de Chávez, el Ecuador de Rafael Correa o la Bolivia de Morales, nos debe llevar al análisis de lo que realmente sucede cuando esta oposición política llega al poder, lo viable de sus propuestas ideológicas en un mundo en el que las tecnologías de la información y la comunicación realizan una reingeniería de la democratización.
En El Salvador, la oposición se ve reducida en materia de partidos políticos a unos cuantos escaños en la actual Asamblea Legislativa más por el sistema de residuos que por la preferencia electoral, a unas cuantas organizaciones y asociaciones con financiamientos cuestionables y a medios de comunicación que por años secuestraron la opinión pública y han visto no solo cómo han perdido el financiamiento de las argollas de poder, sino la credibilidad de sus audiencias.
Después de los Acuerdos de Paz, el FMLN mutó de una guerrilla antisistema a un partido político anticapitalista, se convirtió así en la oposición oficial. Tanto en 2008 como en 2012 recibió el beneplácito del electorado y gobernó durante 10 años. Sin embargo, el cambio que abanderaba nunca llegó, sus proclamas se quedaron en simples panfletos, resultó un fraude socialista, una forma de gobernar de un mal capitalismo disfrazado.
Entonces, a los que todavía quedan autodefinidos como oposición, ¿a qué se oponen? A un estado de excepción que nos ha llevado al récord de días con cero homicidios, al plan invernal del Ministerio de Gobernación que reducirá los riesgos de la población en esta época de lluvia, al rescate cultural del Centro Histórico que llevan de la mano el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Turismo y la Alcaldía de San Salvador, a la entrega de tabletas y computadoras a los estudiantes del sistema de educación pública, a la comitiva de 44 países que ven a El Salvador como un próximo centro financiero. Esto solo por citar algunos ejemplos de las acciones del actual Gobierno que deja a la aún oposición sin ningún argumento de peso.