(PARTE 1)
Recuerdo que hubo algunos días con más de 40 homicidios, días que nos posicionaron como el lugar más violento de la Tierra, incluso sobre los países con estados de guerra declarados. A pesar de la percepción general de que la gente vivía sobre ese fenómeno, existía una percepción muda, presente y ausente, todo al mismo tiempo, como los policías que murieron durante la oleada criminal.
En ese entonces prestaba mi servicio a la población en el Sistema de Emergencias 911. La radio no paraba de sonar, los intercambios de disparos, las persecuciones de vehículos y las escenas de homicidios eran el pan de cada día. Luego de terminar mi jornada y disponerme a volver a casa, sentía aquel ambiente hostil en el que tantos compañeros perdieron la vida al ser cobardemente emboscados en sus días libres. En fin, días que marcaron un punto de quiebre en los que la vocación de servicio llegó por primera vez al punto más cercano de ofrendar la vida por el país.
Recuerdo que en junio de 2019 se puso en marcha el Plan Control Territorial y todos, con poca esperanza, pensamos que sería un plan más, sin objetividad, sin alcance, sin prolongación. Pero fue justo ahí cuando nos dimos cuenta de que esta vez sería diferente: cuando comenzamos a intervenir territorios, ganando terreno sin retroceder ni un centímetro y darnos cuenta de que cambiar las cosas siempre estuvo en la mano de los gobernantes, pero no habían querido hacerlo.
Con el tiempo comenzaron a aparecer los días con cero homicidios. Para nosotros que habíamos vivido récords históricos de muerte resultaba incomprensible ahora ser parte de récords históricos de paz; pero después de más de 10 días sin muertes violentas no era una casualidad.
Este año, 2021, cuando tomo un autobús, veo algo que no podía si quiera imaginar que podría suceder en un futuro cercano. Desde la perspectiva de un policía —que por naturaleza desconfía de su entorno y analiza posibles soluciones en patrones, rostros, riesgos probables, etcétera— cuesta a veces hacerse la idea de que en el autobús todas las personas lleven su celular en la mano, vayan despreocupadas con sus audífonos mirando por la ventana. Me bajo del transporte y camino por un parque y la escena se repite. Nuevamente, niños corren por las plazas, ancianos disfrutan de leer un periódico, jóvenes graban videos con sus celulares y caminan con la seguridad que parecía no existir en ningún escenario por aquellos años.