La noticia de la muerte de Maradona le dio la vuelta al mundo rápidamente, y en todas partes del planeta la reacción fue muy parecida: lamento, conmoción y dolor, recuerdos, admiración y reconocimiento. Si bien es cierto que el futbolista Maradona, junto con sus méritos como deportista, aparece en el centro de todos los reconocimientos, también es cierto que en el mundo se reconoce que Maradona fue más —mucho más— que el mejor futbolista de la historia.
Surgió de uno de los barrios más pobres de Buenos Aires, de los más olvidados, de los que no tienen agua, con viviendas precarias y luz eléctrica temporal. Fue captado por un empresario de los equipos de futbol más conocidos y, una vez en la cancha, el pequeño jugador demostró que tenía un amorío profundo y extraño con la pelota, y que, en cierto modo, la pelota también lo reconoció, desde un principio, como un amigo de confianza.
Bastante rápido se supo que habían encontrado un diamante que había que pulir y había que explotar en todo su talento, sus habilidades y su ánimo desbordante en la cancha. Así fue como empezó toda una historia llena de triunfos, calidades y satisfacciones para todo el pueblo argentino. El futbol es, para ese país, una manera de vivir y de ver la vida. Es una especie de puente que teje el ánimo de hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos de ese inmenso país.
Esta actividad es algo más que correr detrás de un balón y ponerlo en la meta del equipo contrario, porque cuando la gente acude a los estadios a ver los partidos de futbol, se desata una serie de fenómenos psicológicos que le dan a este deporte un sentido de pálpito colectivo que une y divide con fuerza. Los jugadores de futbol no vienen de las capas más altas de las sociedades porque los burgueses no juegan futbol; a lo sumo estarán dispuestos a comprar equipos de futbol o a construir estadios, a comprar jugadores y directores técnicos, pero no a jugar. Esta actividad es una de las que ocupan los sectores más populares y, a lo sumo, algunas capas medias.
El futbol resulta ser un trabajo en equipo. Es un esfuerzo colectivo en el que cada jugador es una parte del todo y, a su vez, el todo se expresa en cada uno de esos jugadores. En este diseño, el balón es una especie de presa que ha de ser perseguida, capturada y manejada colectivamente. Y aquí influyen dos fuerzas importantes: la fuerza de los aficionados que se reconocen en el trabajo del equipo, ya que, a diferencia de otros deportes, el futbol parece ser dominado por muchas personas que, sin ser miembros de ningún equipo, pueden entender la lógica del drama que se desarrolla en la cancha, reconocer los aciertos y los errores, el papel de cada jugador y del árbitro. Cuando asisten a los estadios van a presenciar un espectáculo que entienden y pueden así identificarse con determinados equipos que juegan de acuerdo con lo que cada aficionado piensa y establece que esa es la manera de jugar. Por eso es que aparece la parcialidad de los aficionados ante diferentes equipos de futbol.
La otra fuerza que se mueve en la cancha es la de las personalidades de cada equipo, es el hombre que mueve la pelota, que hace el pase adecuado y oportuno, y que incansablemente está burlando al equipo contrario, y es el que mete el gol incluso en las circunstancias más difíciles. Esta personalidad, aun con su individualidad reconocida, resulta ser la que tiene el mayor sentido colectivo de este juego, porque es el que está en el lugar adecuado, aparece en el momento oportuno y define la jugada como conviene hacerse. Estas personalidades son las que, siendo una parte del equipo, expresan la filosofía del equipo, su lógica y su técnica. Maradona era eso: una fuerza telúrica que concentraba en su accionar toda la fuerza de su equipo y la de los aficionados que llenaban los estadios.
El futbol es una fuerza técnica pero también una fuerza psicológica. Asistir a los estadios es para los seres humanos una especie de liberación, porque es un lugar donde se puede gritar libremente, incluso lanzar improperios, hablar con libertad, vestirse con holgura y participar activamente de un juego que, sin ser jugador, cada espectador está jugando. Por eso, asistir a un partido funciona como una especie de desahogo social, algo como un rito religioso en el cual los seres humanos dejan de estar atravesados por las agujas puntiagudas de sus problemas cotidianos y se convierten en jugadores, aunque no corran ni un metro en la cancha. Es un alivio, una descarga de tratamiento psicológico.
El futbol no es elitista ni caro como los otros deportes. Si bien cualquier persona puede ir a un estadio y jugar futbol en algún momento de su vida, sin ningún requerimiento técnico, no cualquiera puede ser una estrella de futbol. No puede darse ni los favoritismos ni las compraventas políticas, ni el tráfico de influencia, porque el buen jugador debe demostrarlo en la cancha, debe meter los goles en las circunstancias más azarosas y debe asegurar la victoria de su equipo. Y aquí no hay ni puede haber apoyos extramuros.
En aquellas sociedades como la nuestra, donde todo se compra y todo se vende, donde todo es mercancía y tiene precio, aparece una actividad en donde la calidad no puede comprarse, sino que tiene que demostrarse; los pueblos se convierten en parte de este espectáculo inusual.
Un personaje como Maradona, el mejor de todos, concentra todo el reconocimiento, el cariño y el respeto adentro y fuera de la cancha. Esto ultimo es importante porque Maradona no solo fue un gran jugador, sino un hombre de izquierdas que no se dejó maniatar por las inmensas riquezas que su talento le procuró, y, por encima de toda esa riqueza, este hombre supo distinguir entre la riqueza opulenta que todo lo tiene y la pobreza abyecta de los que no tienen nada. Diego supo que los jugadores de futbol son trabajadores que tienen por eso derechos laborales, sociales, y deben ganar salarios justos.
En sus momentos de mayor gloria, cuando condujo al Nápoles al campeonato nacional en Italia, encabezó la lucha por la sindicalización de los futbolistas y se enfrentó a la FIFA, a la que calificaba de corrupta. Como hombre de izquierdas apoyó a la Cuba revolucionaria, fue amigo de Fidel, apoyó a Bolivia, Venezuela, Ecuador, Brasil, a Hugo Chávez, a Evo, a Lula, a Correa, a Néstor Kirchner y era amigo del actual presidente Fernández. Fue uno de los escasos personajes que, moviéndose en ese mundo del espectáculo futbolístico, supieron siempre con quiénes estaban y contra quiénes estaban. Por todo esto, Maradona goza del reconocimiento mundial y es ejemplo para generaciones enteras de futbolistas que deben saber que la pelota tras la que corren es una rueda que recoge la realidad más real de sus sociedades. Sirva esta nota como reconocimiento a la vida, al trabajo deportivo, político y social de este argentino que supo hacerse ciudadano del mundo.